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Entre dos fuegos

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Bea y Luci, Luci y Bea, tan iguales como diferentes, habían llegado a ejercer sobre mí un especial influjo, con el denominador común de la cariñosa actitud con que siempre me habían obsequiado y realzado por sus tan distintas personalidades. Las dos me habían enseñado tanto que no sabía a quién estar más agradecido. Las célebres clases de natación propiciaron un roce más asiduo con Luci, pero cada encuentro con Bea me dejaba una sensación más profunda. Bea personificaba para mí la experiencia, en tanto que Luci era la sencillez en persona. Por razones que no me había preocupado de saber, Merche había educado a sus dos hijas de formas bien distintas; y si a la primera la había introducido en el mundo de la prostitución, estaba claro que a Luci, por el contrario, quería mantenerla al margen de tales actividades a todo trance y hacer de ella toda una auténtica dama, para lo cual no escatimaba esfuerzos ni dinero para que se formara en los colegios de mayor postín.

Tal vez ello fuera debido a que no siempre había sido la misma la posición económica de que ahora gozaban y a Bea le tocó la peor parte en este irregular reparto de privilegios. Pese a todo, era de elogiar la forma en que Bea asumía ese papel de "perjudicada", pues profesaba hacia su hermana un cariño sin fisuras y jamás oí de sus labios que guardara la más mínima animadversión ni para con su madre ni para con Luci.

Para mí, ambas tenían un valor añadido. Bea, con su gran parecido, me servía para calmar un tanto la frustración que me suponía el no vencer la tozudez de mi hermana Viki; y Luci me recordaba en tantas cosas a Dori, que me era imposible no verla de una forma muy particular.

Todo marchaba de maravilla aquella mañana, después del más que satisfactorio encuentro con Merche, y me sentía el más feliz de los mortales siendo escoltado por semejantes preciosidades hasta la piscina de mis amores. Y todo hubiera seguido siendo formidable si Bea no hubiera venido a romper el encanto del momento con aquella inesperada pregunta:

—¿A cuál de nosotras dos prefieres?

—¿Estás de broma?

—No, no. Nada de bromas. Queremos saber a cuál de las dos prefieres.

Bea estaba muy seria y Luci tampoco parecía tomarse el asunto a chirigota. Me veía en tal compromiso que hasta mi pacote se vino abajo del todo.

—Os prefiero a las dos por igual —respondí con sinceridad.

—Eso no vale —rechazó de canto la respuesta Bea—. Tienes que decir a cuál de las dos prefieres.

La cosa empezaba a ponerse tan grave que decidí tirar de la mayor ambigüedad posible. La verdad es que, puesto a escoger, igual me daba una que otra.

—Prefiero a la que tenga más a mano. Si eres tú, te prefiero a ti; si es Luci, prefiero a Luci.

—Eso no aclara nada —invalidó también mi nueva contestación—. ¿Con quién de las dos lo haces más a gusto?

Parecía que Bea no quería darme la menor alternativa de zafarme; y Luci tampoco mostraba la menor disposición de ayudarme a escapar de tan enojosa situación. Mi verga, como si también quisiera desentenderse por completo del asunto, seguía encogiéndose más y más, casi a punto ya de desaparecer entre los huevos. Jamás la había visto tan estrepitosamente atrofiada.

—¿Se puede saber a qué viene esta súbita curiosidad? —intenté, a base de ser yo el interrogador, dar largas al asunto con la vana esperanza de que la cosa no siguiera más adelante—. ¿Alguna de vosotras tiene queja de mí?

Pero Bea no estaba dispuesta a soltar la batuta así como así.

—Contesta primero a mi pregunta y después contestaremos a las tuyas.

Las dos me miraban tan fijamente y tan pendientes de mi pronunciamiento, que yo no sabía por dónde salir.

—Es que vuestra pregunta me parece tan... estúpida... Con sinceridad, no sé a qué viene todo esto.

—Pues la cosa está bien clara —tomó por primera vez Luci la palabra—. Simplemente se trata de que nos digas cuál de nosotras dos te gusta más.

—¿Y qué es lo que os hace suponer que una de vosotras me gusta más que la otra?

—Es lo lógico —sentenció Bea.

—Pues conmigo no funciona esa lógica —respondí ya un poco mosca—. Las dos me gustáis mucho y me gustáis por igual. Ni una más, ni una menos. ¡Y es mi última palabra, coño!

—En ese caso —Bea hizo una seña con la cabeza a su hermana para que la siguiera—, aquí te quedas tú solito, que nosotras nos vamos a tomar el sol.

Ante tan negra perspectiva, pues efectivamente las dos parecían dispuestas a "dejarme solito" cuando yo ya me había echado cuentas bien distintas, de pronto se encendió en mi cerebro esa bombillita que con frecuencia aparece en los que siempre llamamos tebeos y ahora, más modernizados, llamamos comics.

—¡Un momento! —detuve la desbandada que ya estaba a punto de producirse—. Hagamos una prueba.

Al menos, de momento, neutralicé el intento de marcha de mis escurridizas hermanastras.

—¿Qué clase de prueba? —quiso saber Bea.

—Es muy simple —improvisé sobre la marcha—. Cuando he estado con cualquiera de vosotras dos, he estado tan a gusto y he quedado tan satisfecho que nunca se me ha ocurrido pensar si con una me ha ido mejor que con otra. Nunca he establecido comparaciones porque no tuve ninguna necesidad de hacerlo. Por eso, ahora me resulta completamente imposible decidir con cual de las dos lo he pasado mejor. Si tan importante os parece mi decisión, creo que la única forma de ser justo es que ambas por separado me mostréis vuestras respectivas ciencias para poder yo estar en condiciones de poder juzgar quien supera a la otra.

Bea y Luci se consultaron con la mirada y esta última hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Nos parece razonable —habló Bea por las dos—. ¿Qué es lo que tenemos que hacer exactamente?

No tenía yo muy claro del todo el asunto, pero no me hice de esperar demasiado para dar la respuesta. Pese a que mi verga no presentaba su mejor aspecto, la cosa parecía irse animando poco a poco.

—La prueba podría consistir —dije con la seriedad que requerían las circunstancias— en que ambas me la chupéis durante, por ejemplo, dos minutos. La que mejor lo haga, será mi preferida.

Nuevo cruce de miradas entre las dos hermanas, nuevo gesto de aquiescencia por parte de Luci y nueva intervención de Bea.

—Existe un pequeño problema.

—¿Qué problema?

—Tal como estás ahora —señaló a mi verga—, quien lo haga primero lleva las de perder. Para que la prueba se equitativa, las dos debemos partir de las mismas circunstancias: o polla tiesa o polla arrugada.

—Tienes razón —admití—. Entonces propongo sobaros un poco a las dos, y ya veréis que poco tardo en estar en plan polla tiesa.

—Sigue habiendo un problema —terció Luci—. Aún así, la primera juega con desventaja.

—No importa —dijo Bea decidida—. No me importa ser yo la primera.

—¡Pues que empiece el sobeo! —proclamó Luci al tiempo que se deshacía del top.

En un visto y no visto las dos se quedaron en cueros vivos. Yo ya lo estaba de punto y hora. Se me acercaron ambas, una por cada lado, y se pegaron a mí como sendas lapas, lo cual ya sirvió por sí solo para que mi pacote experimentara un notable avance. Con un movimiento casi simultáneo, mis manos comenzaron a acariciar sus espaldas, su cintura y sus hermosos traseros. El de Bea tenía una mayor consistencia, pero el de Luci era más suave. Como yo no tenía entonces, y sigo sin tener ahora, un concepto unívoco de la belleza, tanto me gustaban unos tipos de nalgas como otros y de aquí que pellizcara ambas con el mismo entusiasmo.

Estirando mis brazos hasta lo imposible alrededor de sus cuerpos, conseguí hacerme con una teta de cada una e incluso que mis índices jugaran con los pezoncitos, encontrando más a tono el de Luci que el de Bea, quizá porque, al ser más pequeño, necesitaba menos para entonarse.

Como quiera que tanto Bea como Luci tampoco se estaban quietas, a mi no me hubiera importado prolongar algo más la situación. Pero Bea, tan pronto vio que mi pacote estaba ya listo para la prueba, puso fin al pasatiempo y se preparó para ejercitar su turno.

De sobras sabía que, en tal menester, ella estaba mucho más curtida que Luci; mas como mi intención no era probar nada, sino tan sólo procurar salir airoso de la difícil coyuntura en que me habían colocado, puse en funcionamiento todos mis mecanismos de defensa y aguanté como mejor pude el temporal, tratando de no exteriorizar en demasía el enorme goce que Bea me estaba proporcionando y distraer mi atención con continuos besitos a Luci, que seguía firmemente pegada a mí y cada vez más caliente, casi mirando con envidia los quehaceres de su hermana mayor.

—¡Tiempo! —grité cuando empecé a advertir que estaba a punto de sucumbir.

Bea suspendió su formidable mamada y, con gesto de extrañeza, me miró:

—Qué pronto se han pasado los dos minutos, ¿no?

—Cuando se está en la gloria, amiguita, el tiempo vuela.

—¿Cómo lo has cronometrado?

—Contando mentalmente los segundos hasta ciento veinte —mentí.

Como ninguno de los tres llevábamos reloj, Bea no tuvo más remedio que conformarse con lo que yo decía. De todas maneras, apuntilló:

—Así que, mientras yo te la chupaba, tú te dedicabas a contar segundos... ¡Muy romántico, sí señor!

Luci no quiso desaprovechar la ventaja que para ella suponía el deslumbrante aspecto que mi polla presentaba y, deshaciéndose de mi abrazo, se agachó y procedió sin pérdida de tiempo a demostrar sus habilidades.

—No te molestes —me indicó Bea—. Ahora me encargo yo de llevar la cuenta.

Luci se empleó a fondo, chupando con un ahínco nunca antes puesto de manifiesto, buscando sin duda provocar la corrida que testimoniara su triunfo. De vez en cuando suplantaba su boca con su mano y me pajeaba sin misericordia, mirándome fijamente a los ojos para leer en ellos el efecto que sus maniobras ejercían en mí.

—¡Tiempo! —esta vez fue Bea quien hizo sonar su voz con autoridad.

Luci, a sabiendas de que ya me tenía al límite, agregó un par de chupetones más; pero conseguí mantener el tipo.

—¿Y bien? —se encaró Bea conmigo.

—Pues ahora resulta que estoy aún más confuso que antes. Las dos habéis estado igual de fantásticas y menos mal que hemos puesto el tope de los dos minutos, porque creo que, de no haber sido así, difícilmente hubiera podido aguantar en ninguno de los dos casos.

—¿Quieres decir que la prueba no ha servido para nada?

—Me temo que no... Aunque se me ocurre otra que tal vez pueda dar resultado.

—¿Cuál?

—Cambiemos los papeles. Ahora seré yo quien os coma el coño a vosotras y la que antes se corra será mi preferida. Me gustan más las mujeres ardientes.

Nueva consulta ocular entre Bea y Luci. Supongo que, a tales alturas, ninguna de ellas ignoraba cuál era mi verdadero objetivo; pero, al igual que yo, procuraban disimularlo. Lo estábamos pasando bien y no era cuestión de echarlo a perder por aquella tontería de las preferencias.

—No está mal la idea —convino Bea—. Empieza con Luci y yo me encargo del conteo.

—Para que no haya trampas —se atrevió a intervenir Luci—, propongo que el conteo se haga en voz alta.

—De acuerdo. Contaré en voz alta.

Yo hubiera preferido empezar por Bea, que era la que ofrecía más resistencia. En tocándole el coño, Luci se iba al orgasmo con una facilidad increíble y más ahora que estaba ya cachonda perdida. Tenía que actuar con sumo tacto para demorar en lo posible tal momento y obvié activar su clítoris, porque aquello hubiera sido imparable. Bea también me echaba una mano, a saber si intencionada o no, contando los segundos con bastante más rapidez que cualquier reloj. Cuando alcanzó los trescientos, consideré que ya tenía suficiente margen y procedí en consecuencia, con lo que Luci, a los trescientos quince, ya no pudo aguantar más.

Y llegó el gran desafío. Mientras Luci desgranaba la cuenta, bastante más lentamente por cierto que su hermana, ya fuese con la malévola intención de que esta sucumbiera antes o porque tenía una más ajustada precisión de la duración de un segundo, yo me las vi con Bea o, para ser más exactos, con su tierno conejito. A este lo ataqué con bastante mayor decisión, pues de haber utilizado el mismo sistema que con Luci, la cosa podría prolongarse incluso horas.

Conocer al adversario es fundamental en todo tipo de luchas y la entrepierna de Bea, aunque algo menos que la de Luci, ya me era lo bastante familiar como para saber qué podía esperar. La humedad que rezumaba antes de que yo la emprendiera con ella me indicó que mi situación era bastante favorable y el único problema se concretaba en sincronizar de tal modo mi actividad que la barrera de los trescientos quince supuestos segundos no se rebasase y, aunque no exactos, el logro de mis propósitos se acercase lo bastante a ella para poder determinar que las dos habían sucumbido en similar espacio de tiempo. Cualquier pequeña diferencia bien podía quedar justificada por la distinta rapidez con que cada una había realizado el famoso conteo.

No dejó de ser una epopeya aquello de repartir lengüetazos por acá y por allá con el debido tiento que imponía el paso del tiempo. Tanto llegué a afinar, que saqué la conclusión de que un segundo dedicado al clítoris equivalía a cinco segundos aplicados en otras partes de aquella deliciosa pieza. Cuando Luci andaba aún por los doscientos cincuenta, yo sentía ya a Bea más que a punto para que explotara sin remisión a poco que me lo propusiera. Así que tuve que refrenar mi ímpetu, dedicar mayor atención a zonas menos conflictivas y sólo centrar de nuevo mi acoso en el más que excitado clítoris cuando la cuenta atrás llegaba a su fin.

—Trescientos tres... trescientos catorce... —la voz de Luci se había convertido en una música cansina y monótona—. Trescientos...

Antes de que Luci acabara de pronunciar el mágico número, Bea empezó a retorcerse en la misma forma en que siempre lo hacía cuando llegaba a su punto culminante.

La nueva prueba, tal como yo deseaba, tampoco sirvió para establecer diferencias, pero sí para que los tres alcanzáramos una temperatura imposible de soportar. Y como en estas cosas de la jodienda parece ser que la vista también ejerce tanto o más efecto que la propia acción, fue Luci quien corrió a la consabida taquilla para hacerse con el oportuno condón.

—Por mí ya es suficiente —dijo, mientras procedía a vestir mi polla con el engomado traje—. Sea o no sea tu preferida, lo que yo quiero es que me eches un buen polvo sin necesidad de más pruebas.

—Creo que yo también pienso lo mismo —apostilló Bea.

Satisfecho de cómo se habían desarrollado los acontecimientos, aún me atreví a tentar un poco más al diablo.

—Todavía se me ocurre una tercera prueba para...

—He dicho que no quiero más pruebas —me interrumpió Luci, poniéndose en pose para que la penetrara sin más preámbulos.

—Ni yo tampoco —corroboró Bea, adoptando similar postura.

Y así fue cómo mi polla, henchida de orgullo, fue alternándose entre un agujero y otro hasta dejar de nuevo satisfechas a ambas rivales y alcanzar a su vez su debida recompensa, que procuré repartir también equitativamente entre las dos, para que ninguna de ellas albergara en lo sucesivo ni la más mínima sospecha de que ni una ni otra gozaban de mayor ni menor preferencia por mi parte.

—¿Sabes? —comentó Bea una vez más calmados los ánimos—. En realidad sólo se trataba de una broma, pero creo que Luci estará de acuerdo conmigo en afirmar que lo has sabido hacer muy bien.

—Estoy totalmente de acuerdo —asintió Luci, aún no recuperada del todo.

Creo que a los tres nos vino muy bien el subsiguiente baño, para ahogar las pasiones residuales que aún pudieran albergar nuestros cuerpos. Entre risas y bromas estuvimos buen rato chapoteando en el agua, sin que ellas me exigieran más ni yo estuviera en disposición de ofrecérselo.

—¿Te ha dicho ya mi madre que el sábado es mi cumpleaños? —me preguntó Bea antes de despedirme.

—Ya me ha hablado de ello antes de que vosotras llegarais.

—Supongo que vendrás a la fiesta, ¿no?

—Si antes no me pilla un tren o me ocurre alguna otra calamidad que lo impida, no me la perderé por nada del mundo.

—¿Podremos contar también con papá?

Aquél "papá" me sonó un tanto extraño en su boca. Era algo que tenía perfectamente asumido, pero ahora, al oírlo con su voz, me produjo una extraña sensación, no sé si agradable o desagradable.

—Espero que sí —me limité a decir.

Y una vez más, al rebasar la verja que ponía límite a aquel florido vergel que circundaba la Mansión, lo hice con el convencimiento de que atrás dejaba un paraíso sin igual del que yo era uno de los pocos mortales que tenían acceso ilimitado a él y a todos los placeres que en él se albergaban।

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Todo asombroso