Video Relato

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con mi prima y su amiga en una isla

La fantasía de todo hombre y de muchas mujeres, es tener a dos bellezas a su entera disposición. Si encima una de ellas es su prima y la otra, la clásica amiga buenorra todavía más. En este relato os cuento eso, como hice realidad mi sueño y como un accidente terrible, se convierte a la larga en lo mejor que me ocurrió en la vida.

Cómo llegamos a la isla.

Todo ocurrió durante unas vacaciones familiares en Indonesia. Mi tío Enrique es un capullo al que la suerte y el trabajo constante, le han hecho millonario y anualmente invita a mi familia y a otros amigos a acompañarle en un viaje a un lugar exótico. Para lo que no lo sepan, ese país consta de más de 17.000 islas de las cuales apenas unas quinientas están habitadas, el resto o bien nunca han tenido presencia humana o actualmente están desiertas. La historia que os voy a contar, trata sobre una de ellas, Woholu un islote de cinco kilómetros cuadrados que estuvo habitado pero que desde hace más de cincuenta años solo viven en ella, monos, cerdos y pájaros.

Ese verano, el caprichoso de mi pariente decidió que fuéramos a Bali y no solo se llevó a mis viejos y a mí sino que invitó a Rocío, la mejor amiga de mi prima  María. El plan era cojonudo, nos pasaríamos un mes navegando entre las islas teniendo como base un hotel alucinante en la capital, Denpasar. El “Four Season” donde nos alojábamos era enorme, además de seis piscinas, no sé cuántos restaurantes y discotecas, tenía embarcadero propio. De allí salían los yates de pesca que los huéspedes alquilaban por horas.   Como el tío quería dejar claro que él era un personaje importante, alquiló, durante todo el mes, ¡Dos!. Uno enorme en el que salían los mayores y uno de ocho metros para los jóvenes.

Como podréis comprender, no puse reparo alguno a esa clara marginación porque tanto mi prima como su amiga estaban buenísimas. Reconozco que eran unas pijas insoportables, que se lo tenían creído pero verlas en bikini hacía que se me olvidaran todos los feos que ese par acostumbraban a hacerme. Para ellas, yo era el primo pobre, el mendigo que recogía las migas que caían de la mesa, pero me daba igual.  María, por ejemplo, era una diosa de veintidós años, rubia teñida y un cuerpo de los que hacen voltear a cualquiera al pasar a tu lado. Daba igual que tuviera poco pecho, su trasero te hacía obviar la falta de glándulas mamarias porque era todo vicio. Al mirarlo, os juro que hacía que me sintiera en el paraíso vikingo, deseando que ella fuera mi valkiria particular. Rocío, su amiga, no se quedaba atrás. Castaña de pelo y con la piel morena, tenía una cara de morbo que me hacía suspirar cada vez que me pedía que le trajera aunque fuera un puto refresco. Dotaba por la naturaleza con más pecho, su breve cintura maximizaba no solo este sino el magnífico culo que movía sin parar. En suma, yo, con mis veinte años recién cumplidos, me creía dueño de un harén aunque realmente mi función fuera la de bufón. Sabía que el hermano de mi padre me invitaba para así no tenerse que ocupar de su hija.

-¡Ocúpate de qué se lo pase bien!- me soltó mi tío hace dos veranos y a partir de ahí siempre había sido ese mi cometido.

Daba igual el capricho que se le ocurriera a mi adorada prima, ahí estaba yo para pedirle una copa, echarle crema o incluso conseguirle el teléfono de algún macizo con el que quisiera ligar. Era su sirviente veinticuatro horas al día, siete días a la semana pero no me quejaba porque también tenía sus recompensas. Por ejemplo, en Suecia durante un crucero la había visto desnuda por un segundo o en Australia le tuve que quitar de un pecho un alacrán y donde  me permití el lujo de que  mis manos se recrearan en sus tetas buscando otro que pudiera haberse quedado en ellas.

María sabía que me gustaba y por eso no perdía  ocasión de excitarme. Continuamente se mostraba casi desnuda con el afán de turbar a su primo “pequeño” y por eso, no sé la cantidad de pajas que me había hecho en su honor. Si intentaba cualquier acercamiento, esa zorra se reía de mí e incluso me chantajeaba con decírselo a sus padres.

Todo eso cambió un feliz y desgraciado día en que los viejos quisieron ir a visitar unos templos, mi prima se negó a ir diciendo que prefería hacer submarinismo a una zona de la que le habían hablado. Lógicamente, su esclavo tuvo que acompañarlas y por eso, estaba yo en el yate cuando en mitad de la travesía, el capitán, un balinés entrado en años le informó que teníamos que volver porque se anticipaba tormenta. No os podeos imaginar el berrinche de niña malcriada que se cogió cuando el profesional le explicó que era peligroso. Enfurruñada y con el apoyo de su amiga hicieron de todo para ralentizar nuestra huida, de modo que cuando al final partimos de vuelta hacía puerto era demasiado tarde.

Supe que estábamos en problemas cuando vi la cara de terror de Wong. Luchando contra olas de seis metros y un viento huracanado, el marino intentó evitar el tifón pero no pudo, por lo que en un momento dado, decidió que nuestra única esperanza era embarrancar contra la primera isla que nos encontráramos. En un inglés penoso, el indonesio nos pidió que nos pusiéramos los salvavidas e histérico, explicó cuáles eran sus intenciones. María y Rocío fueron tan bobas que no se creyeron el peligro hasta pocos segundos antes que chocáramos contra el arrecife. Entonces y solo entonces se pusieron a gritar muertas de miedo. El choque fue tan brutal que nuestro barco se partió en dos. Yo, por mi parte, me vi lanzado por la borda y durante un instante, creí que moría al no poder respirar. Afortunadamente, conseguí salir a flote y nadar hacia los restos del yate.

Me encontré a mi prima con una brecha en la cabeza y a su amiga desmayada. Aterrorizado, conseguí agarrarme a un trozo de quilla que flotaba cerca, lo que me permitió recoger a mis acompañantes pero cuando intenté ayudar al capitán, lo hallé muerto con un golpe que se le había llevado media cabeza. No comprendo todavía como conseguí llevar a mi prima y a su amiga hasta la orilla. La tempestad era tal que nadamos a ciegas y cuando ya creía que no íbamos a sobrevivir, apareció de la nada la playa. Haciendo un último esfuerzo, toqué la arena y caí agotado sobre ella.

Desconozco cuanto tiempo, me quedé tumbado mientras me recuperaba. Solo sé que mientras trataba de tomar aire, ese par no hacía otra cosa que llorar. Cabreado, me levanté y sin mirar atrás busqué un cobijo donde guarecernos. Cosa que fue fácil porque a pocos metros de la playa se alzaba una iglesia y los restos de un antiguo poblado. Creyendo que estábamos a salvo, llamé a las dos muchachas mientras entraba en el lugar.

Reconozco que se me cayó el alma al suelo al comprobar que estaba en ruinas pero asumiendo que cuando amainase el temporal encontraríamos ayuda, busqué en la sacristía un sitio donde evitar el seguirnos mojando. Aunque no sea lógico, no llevábamos más de cinco minutos a resguardo cuando la arpía de mi prima me ordenó que saliera en busca de auxilio.  Como comprenderéis me la quedé mirando como si estuviese ida y me negué. María, furiosa al comprobar que no le obedecía, me juro que me arrepentiría de ello. Sus reproches en ese momento me entraron por un oído y me salieron por el otro, pero lo que realmente me sacó de quicio fue cuando me exigió de malos modos que hiciera una hoguera porque tenía frio.

-A ver cariño. ¿Cómo cojones quieres que haga fuego?- repelé con muy mala leche.

Por su cara, comprendió lo inútil de su exigencia y hundiéndose en la desesperación, se echó a llorar. Por suerte, en ese momento, Rocío se buscó en el short que llevaba y con una expresión de alegría en su cara, se sacó el encendedor del bolsillo con el que le había visto encenderse un par de porros.

-¿Esto servirá?- dijo con tono tímido.

-Por supuesto- contesté y mirando a mi alrededor, caí en que los asientos de la iglesia, nos podía servir de leña.

Poniéndome de pie, rompí un par de ellos y recogiendo las astillas y unos periódicos, al cabo de un rato, los tres disfrutamos del reconfortante calor de una fogata. Ni siquiera entonces mi primita me dejó en paz porque viendo que había reducido su intensidad la tormenta, quiso que me adentrara en la oscuridad y buscara ayuda.

-¡Tú estás loca!- contesté muy cabreado- si te fijas no hay una jodida luz que confirme que alguien vive por los alrededores. ¡Mañana! buscaré una carretera o una casa pero ahora, me niego-

-Eres un maldito cobarde-  respondió –No sé cómo mi padre confió, en un niño, nuestro cuidado-

-Perdona, bonita. Primero no soy un niño y segundo, lo único que me ordenó mi tío fue que os cumpliera todos vuestros caprichos, nunca se imaginó que la idiota de su hija fuera tan irresponsable de hacernos naufragar-

Mi respuesta la indignó y dándose la vuelta, buscó acomodo entre los brazos de su amiga. Rocío, comprendió que estaba entre dos frentes y decidió no optar por ninguno de los bandos. Mientras acogía a su amiga, me lanzó una mirada comprensiva cómo pidiéndome tiempo para que recapacitara. Todavía no lo sabía pero tiempo era lo único que podríamos obtener de esa jodida isla. Esa noche dormí fatal, porque además de dormir en el suelo cada vez que lo conseguía, me venía a la mente la inútil muerte del capitán.

Descubrimos que estamos solos.

A la mañana siguiente con el albor del día, me desperté. Ya no llovía y tras recargar la hoguera, decidí ir a dar una vuelta por los alrededores. Os tengo que reconocer que fui un idiota porque en vez de recoger de la playa los restos del naufragio, busqué un lugar alto desde donde buscar ayuda. Al ser una isla de coral, no había una maldita montaña desde donde otear el horizonte por lo que  decidí continuar por la playa, no fuera a perderme. Al cabo de dos horas, me quedé petrificado porque sin darme cuenta había dado la vuelta al islote sin encontrar más que cocoteros y un pequeño arroyo.

“Estamos jodidos” pensé al ver la torre de la iglesia porque o mucho me equivocaba o en todo ese maldito lugar no había más almas que las tres que ya conocía.

Al entrar en el edificio, me las encontré hablando tranquilamente. Mirándolas no solo me di cuenta que no estaban asustadas como yo, sino que sus ropas, es decir sus bikinis estaban desgarrados y por eso, lo único que les preocupó al verme fue taparse sus vergüenzas. Haciendo caso omiso al espectáculo que me ofrecían, les expliqué a las dos lo ocurrido. Mientras Rocío comprendió al instante pero  la idiota de María dijo sin ser consciente de nuestras dificultades que no había que preocuparse porque su padre la encontraría.

-Eso espero, pero lo dudo. No tuvimos tiempo de dar la alarma y para colmo estoy seguro que aunque supieran cual era nuestro destino, nadie sabe dónde estamos o si hemos sobrevivido-

-No entiendo- replicó todavía muy segura de sí misma.

-María, ¿Tienes idea de cuantas islas hay en este archipiélago?. Primero buscarán el barco y luego al cabo de los días, empezarán por las grandes y habitadas. ¡Hazte a la idea! ¡Si queremos sobrevivir, tenemos que hacerlo solos!-

A la princesa se le cayó hechos pedazos el castillo que su mente había construido para evitar enfrentarse con su realidad y llegando a mi lado, me lanzó un tortazo mientras me decía:

-¡Mentiroso! Nos has mentido para asustarnos-

-Si eso crees, haz lo que yo. Coge la playa y da la vuelta a la isla. Yo te espero aquí, tratando de recuperar algo que nos sirva del barco-

María sin dar su brazo a torcer, cogió a su amiga y enfiló hacía la playa. Por la actitud de Rocío, comprendí que me creía pero no queriendo contrariarla, decidió acompañarla. Las tres horas que tardaron en regresar, las usé para salvar todo lo que pudiera del naufragio. Afortunadamente, conseguí sacar de los restos, aparejos de pesca, cañas, cuatro mantas e incluso dos ollas con las que el marino pensaba prepararnos la cena. También encontré un par de cuchillos pero aunque lo intenté nada del yate nos servía para comunicarnos con el exterior. Al acabar de rescatar todo lo útil que encontré, recargué la fogata y cogiendo las ollas me dirigí hacía el arroyo que había visto esa mañana.

Una vez nuevo en la iglesia, calenté el agua que había traído y sacando las cañas, me puse a pescar. Estaba tranquilamente sentado en la playa esperando que algún pez picara cuando las vi venir en dirección contraria a su marcha. Venían con los ojos rojos, síntoma que habían llorado y por eso las dejé descansar antes de decirles:

-Como habéis comprobado, no he mentido. Estamos en una maldita isla desierta. Si queremos sobrevivir hay varias cosas que tenemos por narices que hacer. Primero, la fogata siempre tiene que estar encendida. No sabemos el tiempo que pasará hasta que nos encuentren y no podemos malgastar el gas del mechero. Segundo, hay que beber agua hervida por lo que todos los días una de vosotras tendrá que ir a por agua. Tercero, mientras yo pesco, la otra debe de buscar cocos o cualquier vegetal consumible ya que no podemos depender de la pesca únicamente. Quinto….-

-¡Pero tú quien te crees para mandarnos!- respondió hecha una energúmena mi prima –Hay que ahorrar fuerzas y me niego a cumplir tus ordenes-

Como me esperaba esa reacción, la dejé terminar de explayarse y solo cuando ya había acabado, le respondí:

-Tu misma. Hay dos cañas, dos cuchillos, cuatro mantas y un mechero. Yo pienso que es mejor que lo hagamos en común pero si queréis nos dividimos lo poco que tenemos. Yo quiero una caña, un cuchillo y una manta, lo demás quedároslo vosotras pero desde ahora te digo que no pienso trabajar para vosotras sin que me prestéis ayuda-.

Y cogiendo la parte que me correspondía busqué una choza donde guarecerme mientras Rocía se debatía entre que bando elegir. Viendo que se quedaba con mi prima, apilé un montón de leña y cogiendo un rescoldo de la de ellas, encendí mi propia hoguera.  Tras lo cual, agarré mi caña y me puse a pescar. Afortunadamente, se me dio bien y a la hora de comer ya tenía doss jureles en mi poder. Os reconozco que disfruté al ver sus caras hambrientas mientras yo me daba un banquetazo bien regado del agua de un coco que había conseguido partir. Sé que fui un poco cabrón pero me deleité haciendo ruido al comer, diciendo lo buenos que estaban mientras a cincuenta metros ellas seguían discutiendo sobre como lanzar la caña. Al terminar, esperé que se enfriaran los pescados y ya helados, se los llevé para que comieran. Era una labor de zapa y si las cosas venían mal dadas iba a necesitarlas sanas.

María ni siquiera me miró cuando le acerqué la comida pero su amiga me lo agradeció con un beso en la mejilla mientras dejaba que su pecho se pegara al mío en agradecimiento. Al percatarme que lo había hecho a propósito, ni corto no perezoso, acaricié uno de sus pezones, diciendo:

-Rocío, si quieres dormir calentito esta noche, ya sabes dónde me encuentro-

Tras lo cual, me fui a dar una vuelta por los alrededores mientras ellas dos se enfrascaban en una agría discusión. Mi prima le echaba en cara el haberse dejado magrear por mí mientras la otra le recriminaba nuestra delicada situación. Sonreí al escucharlas e internándome en el bosque, busqué algo de comer. Tal y como había previsto, aunque la isla estuviera deshabitada, sus antiguos habitantes debían de haber plantado árboles frutales por lo que a la media hora, volví a mi choza con una cantidad ingente de mangos e incluso una penca de plátanos. Pero lo mejor no fue lo que recogí sino lo que vi en un claro: alertado por el ruido, descubrí una piara de cerdos salvajes que careciendo de enemigos naturales, se habían acercado a mí a curiosear. Si hubiese tenido el cuchillo, podía haber matado a un par de crías pero como me lo había dejado en el poblado, tuve  que conformarme con el mero descubrimiento

De vuelta a la hoguera, la recargué y sentándome en una sombra, me puse a comer fruta. Rocío no tardó en acercarse y pedirme que le compartiera parte de lo recolectado pero me negué a hacerlo hasta que en compensación me trajera un poco de leña. Ni siquiera protestó y al cabo de diez minutos volvió con lo que le había pedido. María viendo que estábamos comiendo, llegó a nuestro lado y pidió su parte, pero nuevamente me cerré en banda a no ser que trajera agua que calentar.  Tal y como había previsto, me mandó a la mierda y dejándonos solos, siguió intentando pescar.

-¿Crees que no rescatarán?- preguntó su amiga mientras daba buena cuenta de uno de los mangos.

-Sin duda- contesté – el problema es cuando. Tenemos que mantenernos vivos mientras tanto y la idiota de mi prima no quiere comprenderlo-

-Dale tiempo, ¡Se tiene que dar cuenta que te necesitamos!- murmuró en mi oído mientras se pegaba en plan meloso –Yo confío en ti-

Aunque sabía que esa zorrita se acercaba a  mí por conveniencia, me dejé querer y abrazándola, le planté un beso en la boca.  Me respondió con pasión y por eso mientras nuestras lenguas jugaban, mis manos recorrieron su cuerpo palpando y disfrutando de cada centímetro de su piel. Descubrí que María nos miraba alucinada cuando mi boca ya había hecho presa en uno de los pezones de su amiga. Con los gemidos de la morena como música ambiente, me puse a lamer y a morder esas dos maravillas mientras mi prima se hacía la digna pero seguía observando.  Ni siquiera hice intento alguno de ocultarnos, a la vista, bajé la parte inferior del bikini de Rocío dejándole claro que a partir de ese instante ella era mía. Al hacerlo me encontré con el sexo que llevaba días soñando y metiendo mi lengua entre sus pliegues, me puse a mordisquear su clítoris mientras ella no paraba de aullar complacida por la mamada que le estaba obsequiando.

No sé si fue la propia desesperación que sentía la muchacha por nuestra desgracia, pero la verdad es que llevaba menos de un minuto enfrascado entre sus piernas cuando escuché los primeros síntomas de su orgasmo. Incrementando su deseo con pequeñas incursiones de mis dedos en su vulva, la llevé hasta el borde del abismo en poco tiempo.

-¡Me corro!- gritó sin importarle que su amiga la escuchara.

Mi propia calentura me hizo salirme de su entrepierna y bajándome el traje de baño, saqué mi miembro de su encierro y colocando mi glande en su entrada, lo inserté de un solo golpe hasta el fondo de su vagina.

-¡Dios!- chilló de placer la otrora niña pija y meneando sus caderas en plan goloso, convirtió su sexo en una especie de batidora con la que vapuleó mi pene.

Con mayor intensidad, seguí machacando su cuerpo al notar su excitación. Cada vez que la empalaba de su garganta salía un berrido de hembra en celo y por eso uniendo una descarga de placer con la siguiente, Rocío se entregó por entero a mí. Todavía no había descargado mi simiente en su interior cuando poniéndose enfrente, María le reclamó que se estaba tirando a su primo.

Sin separarse de mí y con sus piernas forzando otra penetración, la morena le contestó:

-¿Lo querías para ti sola? ¡Pues te jodes!, me ha elegido a mí-

Mi pariente no se debía esperar semejante respuesta porque completamente indignada salió huyendo con el sonido de nuestra pasión rebotando en sus oídos. Absortos en una danza ancestral, seguimos disfrutando de nuestra unión hasta que me derramé en su interior dando gritos.  Acababa de sacarla y ni siquiera me había dado tiempo a descansar cuando poniendo una sonrisa de oreja a oreja, esa muchacha me soltó:

-Espero que te acuerdes que yo fui la primera, no quiero que luego me dejes insatisfecha por follarte a esa tonta-

Ni se me había pasado por la cabeza, beneficiarme a mi prima porque siempre había sido un objeto de deseo fuera de mi alcance pero las palabras de su amiga, me hicieron plantearme que era posible y solo imaginármelo, levantó mi alicaído miembro. Ella se rio al advertir que estaba nuevamente dispuesto y mientras bajaba por mi pecho en dirección a mi entrepierna, exclamó:

-Creo que aunque haya poca comida, ¡No voy a echar de menos el exterior!.

Nuestra primera noche:

Aproveché el resto del día para restaurar como pude una cerca donde encerrar a los cerdos que había visto esa mañana.  Comportándose como una buena asistente, mi nueva amante colaboró sin protestar y lo más raro sin preguntar para que la necesitaba.  María debía de seguir enfadada porque no apareció hasta la hora de cenar. Cuando quiso acercarse a compartir nuestra comida, fue la propia Rocío la que se negó de plano y le exigió que al menos trajese más leña. Sin querer dar su brazo a torcer, la mandó a la mierda y volviendo a la iglesia, nos dejó en paz.

Reconozco que me dio pena y por eso al terminar, me acerqué con un racimo de plátanos y se los di sin exigirle contrapartida alguna. Mi prima me miró con angustia pero su orgullo le impidió darme las gracias. No me importó, quedaba bien poco para que claudicara y corriera a nuestro lado, implorando ayuda. El resto de la fruta la coloqué dentro de la cerca pero antes instalé una trampa para que si algún animal entraba, se cerrara.

Al llegar a mi choza, acababa de empezar a llover y previendo que la noche iba a ser muy larga, me dispuse a recargar la hoguera cuando observé con satisfacción que Rocío lo había hecho en mi ausencia.  Al mirarla, me quedé extasiado al comprobar que me esperaba desnuda y que con gestos me pedía que la estrechara entre mis brazos. No me lo tuvo que repetir, cogiendo su barbilla le di un beso mientras mis dedos recorrían esos preciosos pechos que no me cansaría jamás de disfrutar. La morena ni siquiera me dejó tumbarme, cogiendo mi pene entre sus manos, me empezó a besar mi extensión sin dejar de masajear mis huevos.

-¿No has cenado bien?- pregunté con recochineo al ver que abriendo su boca, se lo metía sin hablar.

Como respuesta, lentamente se fue introduciendo mi falo mientras su lengua jugueteaba con mi extensión. Dotando a sus maniobras de una sensualidad brutal, no cejó hasta que con el enterrado en su garganta, besó la base de mi miembro con sus labios. Sorprendido por la facilidad que lo hubiera conseguido sin sufrir arcadas, me quedé quieto mientras ella daba un ritmo lento a su mamada. Poco a poco, fue acelerando el compás con el que se metía y sacaba el pene hasta que ya parecía que en vez de una boca era un sexo el que lo hacía. Sabiendo que estaba al mando y que esa cría seguiría estando al día siguiente, no intenté retener mi eyaculación y al poco tiempo, exploté en el interior de su boca. Rocío disfrutó de cada explosión y de cada gota hasta que relamiéndose de gusto, dejó mi polla inmaculada sin resto de semen

Mientras ella, sin dejarme descansar,  intentaba reanimar mi sexo, le pregunté por su urgencia.  Al oírme soltó una carcajada diciéndome:

-No quiero que esa puta disfruté de ti sin habérselo trabajado-

Sin entender a qué se refería, no me importó que se empalara con mi miembro pero al verla saltando sobre mí, no pude dejar de preguntar porque lo decía:

-Esta noche, ¡Tu prima vendrá a por auxilio!. No ves que la muy  idiota no ha echado leña a su fogata. Cuando lo intente, no encontrara nada seco y por eso empapada pedirá nuestro calor-

Muerto de risa, comprendí que tenía toda la razón pero advirtiendo que había usado nuestro en vez de tu calor, le pregunté directamente a que se refería. Mientras se pellizcaba un pezón, me respondió:

-Yo he trabajado y no esperarás que le deje entrar en nuestra manta: ¡Sin pedirle una compensación!-

El sonido de la lluvia ocultó el sonido de mi risa al asimilar que esa muchacha era bisexual y que compartiría gozosa conmigo el cuerpo de su amiga. Después de hacer el amor, la aguardamos desnudos. Nuestra espera se alargó hasta cerca de las dos de la mañana y por eso cuando María hizo su aparición en la choza, Rocío estaba dormida. Completamente empapada y con los labios amoratados por el frio, me pidió permiso para entrar. Sin hacer ruido se acercó a la hoguera y temblando alargó sus manos al reconfortante calor del fuego.

-Ven, metete entre nosotros para calentarte- dije sin especificar lo que le teníamos preparado.

Totalmente colorada, se percató de nuestra desnudez aun antes de sentir nuestra piel contra su piel. Intentando no forzarla en demasía, la abracé dándole ese calor que tanto necesitaba. Tímidamente apoyó su cabeza en mi pecho y dejó que mi mano se aposentara en su culo sin quejarse. La morena que se había despertado también la abrazó, diciendo:

-Pobrecita, ¡Estas helada!-

Tras lo cual, sin pedirle permiso empezó a acariciar su cuerpo, dando a sus caricias un sentido más alla del mero auxilio. Me di cuenta que mi prima estaba escandalizada por esos mimos no pedidos al mirarme con los ojos abiertos. No dejé que protestara porque cerrando su boca con mis labios la besé mientras mis propias manos empezaban a  sobrepasarse con ella. Pálida tuvo que soportar que mis besos fueran bajando por su cuello al estar más preocupada porque las manos de su amiga habían separado sus rodillas y esta se dedicaba a lo mismo que yo pero en sus muslos.

-Por favor- rogó muerta de miedo cuando sintió que me apoderaba de sus pezones.

Obviando sus protestas, seguí mamando de esos pechos de ensueño mientras de sus ojos brotaban unas lágrimas de vergüenza. Rocío hizo lo propio, recreándose en el cuerpo que la casualidad le había puesto a su disposición, se dedicó a dar pequeños mordiscos en el camino hacia su meta.

-No soy lesbiana- protestó sin éxito al sentir el aliento de su amiga acercándose a su sexo.

Completamente excitado, seguí bebiendo de esos pechos que me encantaban desde niño y que nunca soñé en poseer, mientras la morena separaba los pliegues de nuestra víctima.   Entonces, mi prima hizo el último intento de zafarse de nuestras caricias pero se quedó quieta cuando reteniéndola entre mis brazos, le expliqué con voz suave:

-Somos tres en una isla desierta, si quieres que te cuidemos y te demos de comer, debes compartir con nosotros todo-

Vencida y humillada, esperó tensa y asqueada que la lengua de su amiga llegara hasta su clítoris. Al hacerlo no solo se limitó a lamer ese botón de placer sino que incrementando su angustia, le metió dos dedos en el interior.

-¡Qué rico lo tienes!- sonriendo le soltó – Llevo años deseando comerme tu coño-

La escena de por si cachonda subió enteros al ver que la morena se empezaba a masturbar mientras daba rienda suelta a deseos de antaño. Por mucho que mi prima intentó mantenerse al margen, nuestros mimos fueron derribando una a una las murallas que se había auto impuesto e inconscientemente, empezó a reaccionar moviendo sus caderas. Rocío al comprobar que ese sexo se empezaba a llenar de flujo, incrementó la acción de su lengua y usándola como si fuera un pene, traspasó con ella esa entrada. Su primer gemido también venció mis reparos y llevando su mano a mi entrepierna, le exigí que me hiciera una paja. Lentamente como cogiendo confianza, mi prima me empezó a masturbar  con los ojos cerrados. Sus dedos se habían cerrado sobre mi extensión mientras su dueña se debatía entre la moralidad de lo que estábamos haciendo y las sensaciones que estaba sintiendo.

Comprendí que la pasión iba ganando cuando acelerando su muñeca me pidió que la besara.  Sé que estuvo mal y que fui un egoísta con mi primer amante pero absorbido por la lujuria, separé a Roció y obligando a mi prima a subirse a horcajadas sobre mí, le exigí que se empalara. Me encantó ver la indecisión en su cara antes de alzarse y cogiendo mi pene, empezárselo a meter. Solo el saber que por mucho que viviera esa imagen iba a quedar en mi retina, hacía que ese naufragio hubiese valido la pena. No sé si fue que en secreto, me deseaba o que su excitación era fruto de esa cuasi violación, lo cierto es que nada más sentir mi pene abriéndose camino en su vagina, mi prima empezó a aullar como loca y a retorcer su cuerpo sobre el mío.

-¡Ves que no era tan difícil!- exclamó su amiga, dándole un beso en los morros.

Esta vez María no le hizo ascos a su boca y devolviendo pasión con más pasión, gritó pidiendo nuestras caricias. La morena no solo respondió mamando de sus pechos sino que al hacerlo puso su coño en mis labios. Comprendí que era lo que quería y separando los pliegues de su sexo, cogí entre mis dientes su clítoris.  Rocío al experimentar el suave mordisco, rogó que continuara torturando su botón. No solo le hice caso y con mis dientes apreté fuertemente sino que usando mis dedos empecé a acariciar el oscuro objeto de deseo que se escondía entre sus dos nalgas. El orgasmo de mi prima coincidió en el tiempo con la incursión de mis falanges en su ojete y mientras se dedicaba en cuerpo y alma a las tetas de la rubia, gritó de placer.

-¡Me enloquece que me den por detrás!- espetó descompuesta sin dejar de mover su culo.

No sé si fueron sus palabras o la sobreexcitación que absorbía a María lo que provocó que esta, uniera un clímax con el siguiente sin dar tregua. Con la cara empapada de los flujos de Rocío y mi pene siendo maltratado por una prima convertida en loba en celo, os tengo que reconocer que me corrí tan brutalmente que dudé que me quedaran fuerzas para el resto de la noche.

Desgraciadamente no tuve oportunidad de comprobarlo, porque en el preciso instante que Rocío y María intentaban recuperar la vitalidad de mi miembro, escuchamos un alboroto en el exterior. Los bufidos y los gruñidos solo podían provenir de una piara que hubiese caído en la trampa, por lo que me levanté de un salto y en pelotas, corrí a asegurar la puerta de la cerca con una cuerda. Al volver empapado, las vi sonriendo desde dentro y nada más acercarme, Rocío me agradeció la captura diciendo:

-No te basta con dos cerdas, ¡Que has tenido que capturar otras!-

Me solté a reír y cogiendo entre mis brazos a mi par de guarras de dos patas, las llevé hasta la manta.

El segundo día.

Me desperté al alba con una a cada lado. Os juro que si no llega a ser porque tenía que comprobar cuantos cerdos habían caído en la trampa y asegurarme de que estaban bien encerrados, me hubiese quedado con ellas. Sin hacer ruido, me levanté y salí a ver los bichos. Os podréis imaginar la alegría que sentí al ver que eran una cochina con sus cinco lechones, los cautivos.

“Tenemos carne para más de un mes” me dije sin caer en la dificultad de conservarla en un ambiente tan húmedo y caluroso.

Después de revisar la cerca,  volví a la choza de un humor inmejorable o eso creía porque nada más entrar, me encontré que mis dos mujercitas se habían despertado y que en ese momento Rocío estaba comiéndose el coño de mi prima. Descojonado por lo rápido que María se había habituado a que su amiga fuera también su amante y aunque me apetecía unirme a esas dos, decidí que era más importante el ponernos en actividad.

-¡Cacho zorras! ¡Levantaos que tenemos cosas que hacer!-

No hice caso ni a sus protestas ni a sus peticiones de que me tumbara con ellas. Enojadas porque les había cortado el placer que buscaban, me obedecieron a regañadientes. Rápidamente, dividí los deberes y mientras María se debía ocupar de ir a por agua, recoger leña y de mantener la hoguera, Rocío y yo debíamos ir a por más fruta tanto para nosotros como para nuestros invitados de cuatro patas. Esta vez no hubo una sola queja y poniéndonos manos a la obras, salí con la amiga de mi prima rumbo a la plantación abandonada. Sin obviar lo delicado de nuestra situación, tengo que confesar que mi estancia en esa isla iba mejor de lo que había supuesto en un principio. Con carne, pescado y fruta a raudales, teníamos asegurado lo básico. El único problema real era saber si algún día nos rescatarían por lo que debíamos actuar como si eso no fuera a suceder.

-¿En qué piensas?- preguntó la morena al ver que estaba pensativo.

Cómo de nada servía ocultarle que quizás nos pasáramos mucho tiempo en ese lugar, le expliqué que quería acondicionar la choza y construir una cama donde dormir, lejos de la humedad, de los insectos e incluso de alguna serpiente que decidiera hacernos una visita.

-Por eso no te preocupes, de algo ha tenido que servir mis diez años como Boy Scout. No creo que tener problemas en levantar un sitio decente donde dormir-

-¿Dormir?- señalé muerto de risa al comprender que esa cría acababa de resolver uno de nuestro grandes problemas.

-Y follar- respondió encantada – No creas que me conformo con lo de ayer. Pienso explotarte a base de bien-

Anticipando su promesa, se pegó a mí y antes de que pudiera reaccionar ya me estaba besando. Su comportamiento pasado y como se restregaba contra mi sexo, me convenció de que me hallaba frente a una verdadera ninfómana. Sin importarle que estuviéramos en plena selva, me tumbó en el suelo y casi sin ningún prolegómeno, se empaló con mi pene mientras pedía que la tomara en plan salvaje. Su calentura era tal que ya tenía encharcado el coño antes siquiera de coger mi extensión entre sus manos y por eso, mi glande entró en su interior con una facilidad pasmosa.

-¡Estás cachonda!- le recriminé de guasa al advertirlo.

Rocío, dotando a su voz de una lujuria inaudita, respondió:

-Sí y ¡La culpa es tuya!.  Me cortaste cruelmente cuando estaba comiéndome el chochito de María y desde entonces, ando verraca-

Tras lo cual y con una urgencia total, comenzó a saltar sobre mi sexo mientras se pellizcaba los pezones.  La velocidad  excesiva que imprimió a su cuerpo me obligó a sujetarla, poniendo mis manos en su culo, para evitar que me hiciera daño. La morena al sentir mis garras en sus nalgas, lejos de ralentizar su cabalgar, lo aceleró. Cabreado por su brutalidad, le di un azote mientras le pedía calma. Lo súbito de mi caricia, le hizo parar.

-Sigue pero tranquila- reclamé mientras le lanzaba otro viaje a su trasero.

 Aunque sea difícil de creer, en ese momento, un torrente cálido brotó de su sexo empapando mis piernas por completo. Fue entonces cuando comprendí que le excitaba la rudeza y dándole otra nalgada, le pregunté:

-¡Te gusta!, ¿Verdad, putita?-

-¡Sí!- gimió descompuesta.

Su afirmación confirmó lo evidente y por eso, a base de palmadas en su trasero, fui marcando el ritmo mientras ella no paraba de aullar de placer ante cada caricia. El morbo de la situación pero sobretodo el oír como se corría una y otra vez, me obligó a acelerar sus incursiones de modo que en poco tiempo, Rocío se empalaba aun más rápido que antes. Con sus pechos rebotando arriba y abajo siguiendo el compás de sus caderas, esa zorra buscó mi placer mientras gritaba a los cuatro vientos lo mucho que estaba disfrutando.

Mi excitación, su entrega y ese elevado ritmo hicieron que en pocos minutos estuviera a punto de explotar. Al notar que mi orgasmo era inminente, agarré sus nalgas con fuerza. Roció chilló como posesa al sentir mi glande presionando la pared de su vagina y cayendo sobre mi cuerpo, se corrió sonoramente mientras mi pene expulsaba mi placer a base de blancos proyectiles de semen.

-¡Dios!- aulló forzando la penetración.

Completamente exhausta, disfrutó de las ultimas sacudidas de mi miembro, tras lo cual, se desplomó sobre mi pecho. Una vez había saciado mi calentura, la eché a un lado y me incorporé.

-Tenemos cosas que hacer- le dije mientras la levantaba del suelo.

Rocío, con una sonrisa en los labios, me miró satisfecha y saltando de alegría se adelantó. Al ver que se tocaba las nalgas coloradas por los azotes, me reí diciendo:

- Si te duele, espera. Esta noche pienso obligarte a cumplir tu promesa-

-¿Qué promesa te hice?- preguntó.

-¡Qué tu culo sería mío!- respondí.

Si pensaba que eso la sorprendería, me equivoqué, porque retrocediendo sobre sus pasos, se apoyó en un árbol mientras me decía:

-¡No tienes que esperar! Mi culo es tuyo-

Solté una carcajada al observar la cara de putón verbenero que puso mientras con sus manos se separaba sus cachetes y sin negar que me apeteciera poseer ese rosado esfínter, decidí no hacerlo en ese momento porque nos habíamos comprometido con María en recoger la fruta.

-Vamos, guapa. ¡Tenemos cosa que hacer!-

Hizo un breve intento de amotinarse pero al ver que me alejaba, corrió tras de mí como si nada hubiese pasado. Ya en la plantación, nos pusimos a recolectar dos bolsones, de forma que tras una hora de trabajo, decidimos que era suficiente por ese día. Estábamos cerca del poblado cuando de improviso, escuchamos un alarido. Comprendiendo que la única persona que podía haber emitido semejante grito era mi prima, salimos corriendo hacia ella. Esos quinientos metros en plena carrera se me hicieron eternos al pensar que María debía estar en peligro y por eso cuando vi lo que ocurría me eché a reír histéricamente.

-¡Imbécil!- me gritó al ver que me descojonaba de ella- ¡Quítamelo!-

Reconozco que no pude, tronchado de risa, observé que un macaco se le había subido a los hombros y tal como hacen con otros miembros de su especie, la estaba espulgando el pelo. Rocío en cambio fue mucho más práctica, pues al llegar y ver el “gran problema”, con una sonrisa en su cara, sacó un plátano y llamando al mono se lo dio.

Como si fuera amaestrado, el jodido primate se bajó de mi prima y cogiendo la fruta se la puso a comer mientras su “victima” nos echaba en cara nuestro cachondeo:

-¡Me podía haber mordido!- reclamó furiosa.

El problema fue que cuanto más repelaba y más indignada se mostraba, nuestro jolgorio se incrementaba:

-¡Es un animal salvaje!- gritó ya hecha una energúmena.

En ese momento, el bicho pareció darse por aludido y acercándose a mi prima, se agarró a su pierna y comenzó a frotarse contra ella como si se estuviera apareando.

-¡Y en celo!- recalqué.

Lo grotesco de la escena y nuestras continuas risas, terminaron de contagiar a María que cogiendo otro plátano, se lo lanzó lejos para que la dejara en paz. Ya más tranquila, peló otro y haciendo como si en vez de una fruta fuera un pene, lo empezó a lamer mientras me decía:

-¿A ti, primito? ¿No te pongo bruto?-

No hizo falta más para que mi polla saliera de su letargo y cogiéndola entre mis brazos, la besé mientras le decía que era una puta. Mi insulto no solo no la calmo sino azuzó su lujuria y bajando por mi pecho, me empezó a dar pequeños mordiscos. Sus actos que en otro momento me hubiesen parecido imposibles, me recordaron mi papel en esa isla.

“Tenía que complacer a las dos mujeres por igual”

Habiendo retozado esa mañana con Rocío, me pareció lógico hacerlo con mi prima y por eso, la apoyé contra la pared de la choza y separando sus nalgas, me puse a lamer el precioso coño de mi pariente. La postura me permitió también comprobar que su entrada trasera era virgen y tal descubrimiento me determinó a que dejara de serlo. Alternando las lamidas entre sus dos agujeros, fui elevando la temperatura de la cría.

Ya inmersa en el placer, no se quejó cuando introduje mi lengua en su ojete sino que pegando un gemido, me dio vía libre para continuar. Al mirar su reacción, me percaté que María tenía sus ojos fijos en algo que sucedía a mis espaldas. Girando la cabeza, comprobé que Rocío, su amiga y amante, se estaba masturbando viéndonos hacer. Decidido a desflorar esa maravilla, seguí follando su culo con mi lengua mientras mis dedos recogían entre ellos su clítoris.

Su orgasmo no tardó en llegar y recogiendo parte del flujo que salía de su sexo, embadurné dos dedos y con ellos empapados, me dediqué a relajar el culito que me iba a beneficiar. Mi prima, en cuanto sintió mis yemas en su interior, berreó pidiéndome que me la follara.

-Princesa, eso después. Ahora me apetece estrenar tu otro hoyo-

Increíblemente, no había caído en cuales eran mis intenciones hasta que se lo dije y muy nerviosa, me confesó que nunca había hecho el sexo anal.

-Esa enfermedad es fácil de curar- le espeté mientras cogía mi pene entre mis manos y lo acercaba a su trasero.

Temblando, esperó que mi glande forzara su esfínter. Sabiendo que le iba a doler decidí no prolongar su angustia y con un movimiento de caderas, penetré en su interior. El grito que pegó fue muestra del dolor que sintió pero no se apartó y por eso fui introduciendo lentamente toda mi extensión hasta que rellené por completo sus intestinos. Con lágrimas en los ojos soportó el sufrimiento y cuando esté llegó a hacerla temer que se iba desmayar, sintió que paulatinamente se hacía más soportable. Decidida a no dejarse vencer, empezó a moverse con mi pene dentro de su culo.  Rocío, que hasta entonces se había mantenido a la expectativa, se acercó y mientras le daba un beso, bajó la mano a la entrepierna de mi prima. Cogiendo entre sus dedos el botón de María lo empezó a acariciar sin dejar de consolarla al oído.

-¡Cómo duele!- murmuró convencida de que el suplicio debía de cesar en algún momento.

Su amiga forzando sus caricias, le dijo que se relajara. Al oírlas, con cuidado empecé a mover mis caderas, sacando y metiendo mi miembro. Los gemidos de dolor se incrementaron momentáneamente pero cuando llegado un momento que se creía morir, el dolor se fue transformando en placer sin darse cuenta.

-Cariño, ¡Déjate llevar!- insistió Rocío al ver que seguía tensa.

Reconozco que gracias a esa morena, mi prima consiguió relajarse, llegando incluso a ir marcando ella misma el ritmo. Sé que gran parte del mérito se debió a las caricias que su amiga estaba obsequiando a su amiga pero la realidad es que fui incrementando mi compás hasta que el lento trote de un inicio se convirtió en un galope desenfrenado.

-¡Me encanta!- gritó sorprendida de la manera que su cuerpo estaba gozando y ya dominada por la excitación, me rogó que continuara.

Sus palabras fueron el acicate que necesitaba para cogiéndola de los hombros, forzar aún más si cabe la profundidad de mis embistes. Con mi sexo trocado en una maza, seguí golpeando su espléndido culo  hasta que con su cuerpo convertido en una pira ardiente, mi prima logró llegar a un clímax desconocido para ella y pegando un aullido, se corrió ferozmente. Su flujo fue tal que parecía que se estaba meando. Su entrega elevó mi lujuria y uniéndome a ella, exploté en sus intestinos. María al advertir que mi esperma se adueñaba de su culo, chilló de placer y extenuada, se dejó caer sobre la arena.

Rocío haciendo un berrinche ficticio, se quejó de que hubiese estrenado el pandero de María antes que el suyo y mientras descansábamos nos amenazó diciendo:

-Esta noche, espero que los dos, ¡Os ocupéis de mí!-

-¿Y si no lo hacemos?- respondí muerto de risa.

-¡Llamaré al mono!-

Una pasión prohibida

Su vista se paseaba por el libro que hacía un rato tomó con la intención de leer, pero si alguien le hubiera preguntado qué era lo que leía, no habría sabido responder. Lo dejó a un lado y su mirada recorrió  la estancia. Cada rincón, cada objeto, parecieron adquirir una importancia inusitada para el hombre recostado en la cama, que hizo vagar su mirada por cada centímetro de la pieza, como si la estuviera redescubriendo. Pero toda esta concentración estaba muy lejos de responder a su verdadero estado de ánimo. Sus pensamientos tenían una sola dirección  y el abandono de la lectura respondía a su incapacidad de escapar a las ideas e imágenes que rondaban por su cabeza. La inspección de cada escondrijo a su alrededor no lograba librarlo de la imagen que domina  todos sus pensamientos, todo su ser. No puede arrancarla de sus deseos más íntimos, a pesar de su lucha constante por arrancarla de su mente. Quisiera no pensar en ella, sacarla de su cabeza de una vez por siempre, pero está demasiado pegada en su mente y todo lo que él intenta por librarse de ella es imposible e irremediablemente vuelve a sentirse atrapado en las redes de esa pasión que lo domina.

Cuando se suponía que su vida entraba en una etapa definitiva de alejamiento de las pasiones y búsqueda de la paz que da la reflexión madura y lejos de las tentaciones, el pobre Diego se ha enamorado como un muchacho. Toda su vida se revolucionó desde el momento en que comprendió que abrigaba en su interior una pasión irrefrenable, que le domina como si fuera un adolescente.

Ya estaba en la medianía de su vida y todo hacía presagiar el inicio de una etapa de madurez y de lo que algunos llaman el reposo del guerrero. A sus 55 años, recién cumplidos, con una vida de pareja estable, sin sobresaltos, con tres hijos de los cuales dos ya  partieron enfrentar la vida construyendo las suyas propias. Sólo les quedaba la menor, la única tarea pendiente, por lo que parecía que los días que venían serían como un remanso donde descansar sus cansados huesos. Pero no. Tuvo que venir a enamorarse a una edad en que los demás hombres, por lo general, piensan en jubilarse. Y, lo que era peor, precisamente de su hija menor.

Cuando sintió que la imagen de la muchacha  ocupaba todos sus pensamientos y que esos pensamientos no tenían nada de paternales y sí mucho de carnales, luchó infructuosamente contra el deseo que se apoderaba de él. No quería aceptar esa aberración y en su intento por vencer la tentación que le rondaba permanentemente, se alejó de ella, enfrió su relación, se agrió su carácter, alejándose de la muchacha a una edad en que ella más lo necesitaba. A pesar de las múltiples muestras de cariño de ella, él se fue alejando con cualquier pretexto, ya fuera trabajando hasta tarde en la oficina o en reuniones con los amigos. Llegaba tarde a su casa, los fines de semana buscaba pretextos para salir y evitar estar con ella.

Si estaban sentados, evitaba en todo lo posible la tentación de espiar por entre sus piernas en busca de esos muslos que le obsesionaban. Y si su blusa mostraba  más de lo debido, apartaba la vista para no mirar esos senos que gritaban que los tocara, los besara, los mordiera. O su trasero, un círculo perfecto que le decía: tócame, acaríciame, le invitaban a pasar su mano por sus promontorios, pero Diego luchaba y a duras penas lograba sobreponerse al deseo de apretar sus nalguitas.

Era un sufrimiento constante el ver a esa muchachita que a cada día deseaba más y tener que resistir la tentación de abrazarla, besarla, tocarla, manosearla.

Pero todo fue inútil. Y fue su esposa la que, sin quererlo, terminó de hundirlo en el abismo de una pasión que había mantenido contenida con tanto esfuerzo. Ella le reprochó su frialdad con su hija, su lejanía y la falta de compañía que como padre se supone debía tener así como lo hizo anteriormente con sus hermanos.

Carmen, a sus quince primaveras, luce todo el frescor de la juventud, con un cuerpo que anuncia a la mujer que muy pronto despertará en todo su esplendor. Su porte de princesa, su alegría de vivir, su amorosa manera de ser, todo en ella contribuyó a que su padre terminara enamorándose, deseando poseer ese cuerpecito que lo incitaba con pensamientos oscuros que no podía desechar y que le mantenían permanentemente en un estado de excitación que no creía podría volver a sentir a esta edad. Y es que a sus 55 años, aunque se mantenía físicamente bien y era bien parecido, creía que su hora había pasado y se estaba acostumbrando a la pasividad de la edad madura cuando su hijita

empezó a revolucionar sus hormonas.

Y no es que Carmen fuera de medidas exuberantes. No, al contrario, con su  tez blanca y  pechos firmes y de un tamaño medio, pezones rosados, un culito duro, todo en ella era de medidas normales, pero en su conjunto habían llamado la atención de su padre desde que la acompañara al por primera vez al colegio a un  evento de gimnasia, donde la vio a haciendo saltos y giros. Fue ahí, cuando su pequeña y querida Carmen saltaba y la veía caer en la colchoneta donde no pudo contener el deseo por ella, viendo como se mueven sus pechos y sus piernas.

Su esposa  le pidió encarecidamente que acompañara a la niña a sus competencias de gimnasia, como lo hacía antes, para alentarla y darle compañía y apoyo, que ella necesitaba que él estuviera cerca, que sintiera que su padre estaba ahí para ayudarla. Lejos estaba ella de saber que eran precisamente esas competencias las que despertaron en él una pasión prohibida y contra la cual intentó luchar infructuosamente y que serían el camino por el cual padre e hija transitaron hacia una pasión incestuosa.

Volvió a acompañarla a sus competencias, donde ella se sentía feliz de participar. Y a partir de entonces, el verla compitiendo se hizo en el una necesidad y  no le importaban los sacrificios que tuviera que hacer para ir con su hija a verla en su traje que le permitía admirar sus muslos exquisitos y esa camiseta que reflejaba sus pechitos esplendorosos. Su deseo por su hija era vez mayor.

La tarde en que las cosas entre los dos cambiaron para siempre, el  miraba absorto sus piruetas y ejercicios, imaginando lo húmedo y sudado de su sexo, deseando  besarlo, chuparlo, tocarlo. Cuando reaccionó, se maldijo por tener pesos pensamientos, pero estos estaban en su interior desde hacía tiempo, esperando a que en un momento de debilidad de él, volvieran a aflorar. El lo sabía, no lo quería, pero en el fondo, muy en el fondo suyo, sabía que la lucha estaba perdida. Era demasiada la tentación de verla en ese trajecito que hacía lucir sus exquisitos atributos y que el deseo de él de solazarse en su contemplación. Ignoraba que faltaba un pequeño empujón para que  el deseo diera paso a la pasión, que el entendimiento se nublara y lo arrastrara en un tobogán en que también  ella sería arrastrada.

Después del entrenamiento la llevo a comer un helado como premio a su esfuerzo y dedicación. Ella aceptó la invitación y, feliz, lo abrazó y besó en la mejilla en señal de agradecimiento, pegando su pequeño pecho contra el, lo que volvió a despertar sus demonios. Sabía que la tentación estaría siempre rondándolo mientras tuviera a su hija cerca. Nada podría hacer para evitar el desearla.

En la cafetería, mientras Carmen le comentaba entusiasmada los pormenores de su participación,  parte de su helado cayó en la camisa, con lo cual esta  se transparenta y se marque uno de sus hermosos pezones,   cuya visión lo deja  hipnotizado observando el pequeño círculo que pugna por romper el género. Imaginó su textura, su sabor,  su suavidad, su frescor y unas gotas de sudor perlaron su frente. Era deseo puro el que se reflejaba en su mirada y ella se da cuenta. Carmen, turbada,   corre al baño a limpiarse. Esta confundida pues no es primera vez que ve en su padre esa mirada, aunque nunca antes había sido tan evidente. Y lo que más le confundía es que esa mirada, que sabía prohibida,  le agradaba. Le hacía sentirse bien, aunque no podía entender por qué se sentía así.

Llegan a casa y el prepara algo para cenar, algo ligero para cuidar el peso de la niña, que necesita estar en buena forma.

Ella acude al baño y cuando la lluvia de la ducha golpea su cuerpo, una de sus manos toca sus senos, pensando en las sensaciones que sintiera cuando su padre se los miraba. Siente un calorcillo nuevo entre sus piernas y no puede evitar tocarse, lo que le produce una corriente tan fuerte que casi cae. Retira la mano, pero el deseo ya está anidado en la muchacha. Baja recién bañada, con un short y una camisa de tiritas sin sostén. Su cabello húmedo moja su espalda y su padre no puede evitar seguir con la mirada una  gota rebelde que se pierde en la espalda.

¿Por qué no te has secado, cariño? Te puedes enfermar si no lo haces.



Papi, no he encontrado el secador.



El busca una toalla y se sienta en el sofá,  abre sus piernas y la mira, invitante. Sabe que en ese gesto está el germen de su perdición, pero no puede evitarlo: es demasiada la tentación de sentirla pegada a él.  La muchacha entiende lo que le pide su padre sin palabras,  algo le dice que no es posible, que está mal, que no debe hacerlo, pero se acerca y se sienta de espaldas a el, sobre su falda. Es esa sensación que sintiera bajo la ducha con su mano acariciando su vulva lo que la lleva a aceptar su invitación. Ambos quedan en silencio, él con la respiración contenida y ella anhelante por lo que no sabe que pasará, pero lo que sea lo desea ardientemente. El pasa la toalla sobre el cabello de Carmen con suavidad, con, amor. Ella siente un escalofrío recorrer su cuerpo cuando la dureza detrás suyo se hace evidente. Es el  miembro de su padre, que  está a punto de explotar. Hace un esfuerzo extraordinario por intentar sobreponerse a la situación, pero es imposible, ya que el deseo se ha apoderado de su ser y nada puede hacer por superarlo. Lo suyo es deseo en su estado puro.

Diego se abandona a la tentación, cierra los ojos y decide dar el primer paso, bajando lentamente las manos por los hombros de su hija rozando el contorno de sus hombros, hasta llegar a  sus pechos, por lo que  ella  de inmediato siente que se le ponen duros los pezones. Siente el bulto en su espalda, ahora duro como piedra. se remueve  incomoda por la humedad entre sus piernas y un deseo nuevo que siente nacer dentro suyo, una sensación nueva pero agradable. Es el deseo que se apodera de todo su ser.

La muchacha se deja hacer. Está entregada a este juego tan exquisito que su padre juega. Solo desea que él continúe, aunque sabe que se está hundiendo en un pozo. Es una sensación de abandono que no sabe donde la llevará pero no le importa donde termine. Ella quiere recorrer este sendero desconocido.

Cariño, ¿te molesta?



Mmmmmm…..



¿Continúo?





Con un movimiento de cabeza, ella da un si sin pronunciarlo.

Con la audacia que le da el permiso sin palabras de su hija,  lleva una de sus manos por sobre uno de sus senos, que aprieta suavemente.  Ella da un pequeño brinco, mezcla de sorpresa y excitación.

¿Te gusta?



Ssiii, papi

Está roja, su voz le sale como un susurro, entrecortada. Su padre sabe que su hija está entregada.

La voltea y la mira a sus ojos. Ella ve los de su padre más oscuros, llenos de deseo, deseo por ella, por su pequeña niña. El mira su miembro, completamente duro, y ella le sigue la mirada.  Intuye lo que le esta pidiendo,  se acomoda y tímidamente una de sus manos  frota el pantalón de su padre, sintiendo la dureza que se esconde bajo la tela.  El gime, casi un grito de dolor.

Diego sabe que está mal lo que hacen, pero la desea de una manera tan grande que nada podrá impedir que la haga suya, que hunda su verga en su vulva virgen hasta que choque con su pelvis, que Carmencita grite pidiendo que pare. Pero su hija está tan deseosa como el, por lo que no existe ninguna barrera que los detenga.

Ella agarra con dificultad  el pene, sacándolo del pantalón y dejándolo al aire. La  mano no lo abarca toda. Mira asombrada el monstruo en sus manos.

 Qué grande, papi



 Necesito que lo toques, quiero sentir rico, mijita.

Ella empieza tocar el pedazo de carne,  a mirarlo, mientras su manita recorre el tronco, arriba y abajo.

No es igual a nada que haya visto o tocado antes.



Has visto una antes



Solo por internet, con mis amigas del equipo.



¿Quieres darle un besito, cariñito?

Carmen se inclina y le da un besito y otro y otro. El cierra los puños, intentando demorar su orgasmo, que siente venir de manera incontenible.

Chúpalo un poquito, mijita, como  lo hacías con tu helado.



Me gusta como sabe. No es como un helado, pero me gusta, papi.



Abre más la boquita, amor,  intenta meterla un poquito más.

El enreda sus dedos en el cabello aún mojado de su hija y empuja un poco, lo que hace que ella se atragante y tenga una arcada.

Aguanta, mi niña



No, papi. Para, que me duele



No puedo parar, mi cielo.

Diego está descontrolado y empuja su miembro en la boca de su hijita, metiendo y sacando como si la estuviera follando, en tanto ella aguanta las embestidas y siente que entre sus piernas se forma un charco de líquido y su cuerpo está por explotar.

El saca su miembro repentina y bruscamente de su boca, la pone en el sofá y abre sus piernas. Ahí está su pequeña, con sus hermosas piernas bien torneadas, abiertas para él. Su rostro se pierde entre los muslos juveniles y su boca abarca todo el paquete que se oculta bajo el short, apretándolo entre sus labios, con suavidad, pero transmitiéndole su calor interno con su boca, lo que tiene efecto inmediato en la niña, que empieza a desesperarse y mueve su cuerpo con una agitación inusitada.

Papitooooooooo

El continúa su tratamiento, con lo que su hija empieza a perder el control y atrapa su cabeza, que aprieta contra su vulva, en un gesto desesperado por no dejar escapar las sensaciones que cubren su cuerpo, que la transforman en una hembra ardiente y deseosa de algo que aún no atina a comprender.

Siiiiiii, papiiiiiiiiiii. Aghhhhhhhhh



Su cuerpo se mueve con espasmos mientras su inviolada vulva suelta su primer orgasmo, que la lleva al paroxismo del placer.

Aghhhhhhhhh, papiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii



La muchacha, rendida por la intensidad del orgasmo, el primero que siente, intenta recuperarse, en tanto su padre se levanta y termina de desvestirse, dispuesto a llegar hasta el final en esta aventura incestuosa. Ella comprende y desea ardientemente lo que ahora venga. Sabe que su virginidad está por irse y será su padre el que se la lleve, el que la hará mujer.

Su padre, hombre con experiencia en la materia, se da cuenta que la muchacha está dispuesta para el gran paso. La alza en sus brazos y arrancándole la camiseta se introduce uno de sus pezones en la boca y procede a chuparlo suavemente. Ella se sume en un estado de ensoñación y deja que los labios de su padre acaricien sus senos, despertando en ella la mujer que estuvo dormida hasta ahora.

Papito, por favor.



La suya es la última propuesta de la joven que ve perder su más preciado tesoro, pero sabe que  no hay marcha atrás. Diego está dispuesto a todo y nada lo detendrá.

Carmen poco a poco empieza a  gemir bajito, cierra los ojos a su padre, a lo que siente, a todo lo que la rodea. El la toca, la aprieta, la acaricia. Baja una de sus manos y la mete por debajo de las braguitas, que están pegadas a su vagina, pero  ella reacciona.

Papi, soy virgen.

El calla, le arranca las bragas y hunde los dedos, una y otra vez. Ella grita de placer ante lo que su padre hace en su virgen túnel de amor. El dirige su dura verga a la entrada y de un empujón la penetra

Aahhhhh...papaaaa!!!

Pero el está ajeno a sus quejidos y gritos de protesta,

Ayyyyyyyyyy, papiiiiiiiiii, nooooooooooo



Ricooooooooooooo



Para me duele, me duele, ahhhhhhh



Aguanta carmencita aguanta

...Y la embiste con toda la fuerza que tiene. Finalmente siente que la unión se ha completado, que toda su virilidad está dentro de su niña.

Aahhhh....que rico. Ya eres mía, ya eres mía, solo mía



Carmen termina por rendirse y al intenso dolor de la pérdida de su virginidad, después de unos minutos sigue la exquisita sensación de una sensualidad que está aflorando y que empieza a cubrir su cuerpo de sensaciones nuevas, nunca antes experimentadas. Mientras más amaina el dolor, más intensa es la nueva sensación que se apodera de ella.

Siiii... papi, soy tuya, soy tu mujer...dame mas, masss ricooo



Toma carmencita!!! Tomaaa!!!



Ella grita y se dobla del dolor del placer. El embiste una vez más y la inunda con su leche.

Terminan cansados, abrazados sabiendo que lo que hicieron no esta bien pero no pudieron evitarlo. La pasión los dominó completamente, superando la racionalidad que en algún momento tuvieron.

El acaricia los senos de la muchacha, feliz de haberla hecho suya, llenándola de mimos y palabras de cariño, mientras sus dedos recorren la geografía de su niña, que se hizo mujer en sus brazos.

Mientras los dedos paternos recorren cada rincón del cuerpo de su hija, ella siente dentro que esa exquisita sensación que la llevó al paroxismo hace un momento, vuelve a formarse, como si fuera un volcán que empezara a erupcionar nuevamente.

Se acomoda para la entrega.

Autores: Carmen y Salvador

inesperado Ataque

Todo el mundo estaba entremezclado, sacando y metiendo por donde se podía y en cualquier rincón, lo que al principio iba a ser una fiesta de inauguración de la casa, se convirtió en una orgía, aunque todo era previsible, puesto que para inaugurar una casa no se necesitan stripers ni go-gos, que para colmo eran más putas de la cuenta.

Todo comenzó con un cunnilingus de una go-gó a otra, parece que todo estaba permitido, el ambiente se fue caldeando, a uno de los stripers se le empezó a poner dura, y viéndola totalmente tensa, una de las amigas de la anfitriona, con la que se apostó otra de las amigas que no era capaz de hacer algo con tan tremendo miembro, se dirigió a el y comenzó a darle la mejor mamada de su vida, el striper estaba como loco, disfrutando de una boca tan singular que todo su carnal miembro se tragaba, y tanto que alcanzaba a llegar a la epiglotis, como se demostraba cada vez que le introducía totalmente su miembro y al observarse la hinchazón en la garganta que estaba siendo traspasada, todo el mundo alucinaba, todo el mundo se acariciaba, la vergüenza se fue perdiendo, el semen fue apareciendo, había quien le fluía por la comisura de los labios y a quien se le salía de tanta cantidad de entre los labios vaginales, ya daba igual donde eyaculara cada cual, todo era placer, Sodoma y Gomorra, no existía nada más.

Como no podía ser de otra manera, uno de los invitados que estaba solo se animó a follar con una chica que estaba loca por tener un miembro en su coñito, todo era fácil, las erecciones iban y venían, los fluidos vaginales también, cada cual follaba del orden de dos a tres veces, ya daba igual que se terminaran corriendo o no.

Este invitado, al tener la seguridad de que su chica no aparecería, por diversas razones, se puso en la tarea de follarse a otra de las invitadas, estaba como loco, mientras le metía su miembro sentía como le acariciaban el ano, una le acariciaba el ojete, otra se lo lamía, la sensibilidad le producía una gran erección contenida, erección que aprovechó la indicada invitada a la que estaba conociendo en ese momento, mientras tanto, todavía seguían llegando invitados a la inauguración.

El sentir una lengua que se metía en su virginal ano el invitado estaba como loco, no había experimentado nada igual nunca, y sentía que se iba a correr de un momento a otro...

En ese instante, hace aparición la compañera “que no esperaba que apareciera”, tras saludar a las amistades y alguna de dichas amistades tratar de llevársela del lugar..., porque estaba viendo que se iba a topar con “su novio” metiéndola en caliente en otro coñito..., tras saludar, se puso a buscar a su singular y fiel novio, al que terminó de encontrar en pleno apogeo fonador.

Asombrada, miraba la cara crispada de su pareja, lamiendo los pezones de la chica que lo cabalgaba en ese momento, en la postura más absurda que nunca había imaginado, con las piernas levantadas, dejando entrever sus bolas y el culito que estaba siendo acariciado de vez en cuando tanto por dedos como por bocas, aunque sin introducirse nada en su interior, notaba que sus testículos estaban subiendo y bajando, de manera que sabía que pronto se iba a correr, y no perdió el tiempo, quiso darle una lección al “fiel” novio.

Tan pronto como pudo tomó al striper que tenía más cerca con la polla más dura, se puso a lamerle el largo y experimentado miembro, y chupando como una loca, se acercó al rostro del novio, situada a menos de un palmo de su cara, el invitado que se follaba a la otra invitada, podía escuchar como se tragaba la novia, la polla del striper, cuando miró hacia el lado y vio quien era, su cara también se crispó, pero, después lo comprendió y agradecido por lo que estaba sintiendo, simplemente sonrió, al pensar que eran tan cornudo el como ella, pues ambos estaban follando con quienes no correspondía, pero la novia, le tenía preparada una última sorpresa.

En cuanto sintió que el striper iba a depositar todo el contenido de sus huevos en su boca, se detuvo, le susurró algo al oído y el experto follador aceptó, después susurró algo al oído de su novio, que seguía follándose a la amazonas que lo cabalgaba, sin darse cuenta de que el striper acompañaba a la novia, esta se colocó en donde el ano dejaba ver todo el ojete que le correspondía, se puso a acariciárselo mientras le seguía hablando, observaba su cara, besaba su boca, despacio introducía su dedo, eso tampoco lo experimentó su novio jamás, pero al ser su novia la que le invadía, se lo permitió.

Mientras le follaba con el dedo y le morreaba la boca, el novio sentía que se iba a correr, en ese instante, sacó rápidamente el dedo para en su lugar, y haciéndole una señal, el striper meter totalmente su polla en dicho lugar, el striper se iba a correr pronto, pero aguantó un poco más, comenzó a penetrar el virginal ano del novio que estaba follándose a la otra y cuando sintió eso tan grueso penetrarle, pataleó como un crío, el striper le detuvo las piernas, la amazonas se lo follaba con más precisión, estaba absolutamente inmovilizado, y estaba sintiendo como se iba a correr de un momento a otro, la polla que estaba empotrándose en su interior no se detenía para nada, el culo se lo rompió totalmente, aunque la polla le creció un poco más dentro de la chica, terminó corriéndose, tanto por el placer que sentía al tener su pene dentro del sexo femenino como al sentir que le inundaban de semen sus entrañas, dejó de patalear, para empezar a disfrutar del pollazo que le estaban metiendo, cesó en su intento de mosquearse, se le vino abajo su polla que carecía de erección y se dejó hacer por el striper, que siguió follándoselo aún a pesar de haberse corrido hacía unos minutos en su interior.

La novia, esbozando una sonrisa, le dio un beso de despedida, y dejó su teléfono para que se lo pasasen al striper cuando finalizara con la penetración que le estaba dando al inexperto culito de su novio

Swinger

Alexia estaba esa noche con ganas de volverme loco, y sabe exactamente cómo hacerlo. Vestida con una remerita blanca ajustada y super trasparente (que deja traslucir sus pezones puntiagudos y carnosos atravesados por sendas argollitas), minifalda negra, obviamente no llevaba ni corpiño ni tanga, y sandalias de taco alto, mi mujercita irradiaba sexualidad y era el foco de la mirada de los hombres con que nos cruzábamos. Esa noche concurrimos a un club swinger, que tiene una pista de baile central con escenario a un costado y barra al otro, la pista que se encontraba abarrotada de gente está rodeada por un primer piso que balconea hacia la pista protegido por una baranda tubular de acero inox.

Luego de beber unas copas de champagne en la barra decidimos bailar un poco, ella me provocaba con sus movimientos y de tanto en tanto me daba un fuerte apretón en la pija testeando su estado. Yo ya estaba pensando en invitarla a recorrer los reservados en busca de aventuras cuando ella se me adelanto diciendo “quedate acá y mirá el balcón”, salió caminando hacia la escalera y la perdí de vista. Al poco tiempo vi que se ubicaba en un espacio libre en el borde del balcón y tomada de la baranda comenzaba a acompañar el ritmo de la música con movimientos sensuales de cadera mientras me miraba de manera cómplice. Cuando se aseguró que varios hombres en la pista la observaban separó un poco las piernas lo que nos permitió entrever su concha y observar con claridad los tres piercings (uno en el clítoris y uno en cada labio menor) que había elegido para la ocasión por ser extremadamente visibles. Su baile iba tornándose más y más provocativo, a los movimientos de cadera sumó flexiones de rodillas con las piernas abiertas, siempre hacia la pista de baile, lo que fue desatando el interés entre la concurrencia masculina que ya en un gran porcentaje miraba hacia arriba y bailaba en automático con sus parejas que no podían disimular los celos que les provocaba la exhibición de Alexia. Yo estaba super caliente, quería ir y cogerla ahí mismo, pero ella me había pedido que me quedara en la pista y no quería modificar sus planes.

El balcón se conecta con el escenario en uno de sus extremos  a través de una serie de discos gruesos de vidrio de buen diámetro empotrados en la pared  a modo de escalera, hacia allí se dirigió mi mujer y comenzó a bajar por ellos hacia el escenario, en cada uno bailaba unos minutos exhibiendo constantemente su carnosa y deseable concha que a esta altura brillaba de humedad producida por la excitación. Anticipando que ella seguiría su show en el escenario, los hombres solos fueron congregándose ahí para verla más de cerca. Cuando Alexía finalmente llegó al nivel del escenario comenzó a bailar en el caño ya con la minifalda en la cintura,  visiblemente caliente y alentada por el público masculino, se quitó la remera y sus enormes pechos salieron disparados de su prisión bamboleándose al ritmo de la música. Yo miraba extasiado e incrédulo el espectáculo que estaba dando mi hermosa mujer, ella estaba completamente desatada y absolutamente desinhibida por el champagne.

Fue hasta el borde del escenario, donde se habían reunido 10 o 15 hombres y se puso a distancia suficiente, para dejarse acariciar las piernas y la parte alta del muslo y comenzó a pasar varios dedos por su concha, se acercó un poco más y algunos intentaron tocarle la concha pero ella no lo permitió, dejando sí que le magreen las tetas y el culo mientras ella seguía masturbándose en su cara. Luego se sentó al borde del escenario, con las piernas bien abiertas y las apoyó en el hombro de dos espectadores a izq y derecha, de tal manera que su hermosa concha quedó a la altura del pecho de los hombres, tomó las manos del que tenía enfrente y se las colocó sobre sus labios mayores indicándole que le abriera bien la vulva. Metió dos dedos en su vagina soltando un largo gemido arqueando la espalda, cuando los sacó estaban empapados de un líquido transparente y viscoso que formaba hilos desde los dedos hasta el borde de su vagina, lo esparció sobre su clítoris duro como roca y expuesto a la vista de todos y luego repitió la operación varias veces hasta que hubo juntado una gruesa capa sobre el clítoris. Entonces me hizo señas con una mano, me acerqué pidiendo permiso entre los hombres que la rodeaban y me dijo “pajeame vos”, yo conociéndola de años, introduje un dedo en su vagina suavemente y comencé a moverlo despacio y sin pausa adentro y afuera; con la yema del dedo mayor de la otra mano, casi sin ejercer presión,  describía círculos leves sobre su clítoris expuesto y cada tanto le daba leves apretones tomándolo entre el pulgar y el índice.

Completamente desnuda entre decenas de hombres vestidos, con la concha bien abierta y mirando a la cara de cada uno de ellos en pocos minutos sufrió un devastador orgasmo que la dejó temblando recostada sobre el escenario con las piernas abiertas y la concha babeando. Cuando se repuso, bajó del escenario, cruzó la pista completamente desnuda hacia la barra. Yo estaba con ganas de más expectáculo, así que me senté en un taburete de la barra y me bajé los pantalones, ella me propinó una soberbia mamada y cuabndo tuve la pija rígida como un garrote la senté arriba mio, dándome la espalda, le metí mi verga en el culo y ella ronroneó de placer. Lentamente comencé a moverme dentro de ella para que se acostumbrara y relajara el culo. Al sentir que ella misma empujaba su culo contra mi pija la tomé por las rodillas y se las hice levantar para que quedara toda su concha expuesta al grupo que nos rodeaba. Entonces mi mujer permitió que se la cogieran por la concha uno por uno, con la única condición de que cuando estuvieran por correrse debían sacarse el forro y acabar sobre su vulva. Luego de haber haber acabado todos, comenzaron a manosearle la concha embadurnada y a chuparle las tetas, yo le besaba el cuello y le decía cuanto la amaba, la situación fue demasiado para los dos y acabamos juntos un largo y fuerte polvo….

Todo asombroso