Video Relato

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Voracidad en el ascensor

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¡Me gustaría comerte el coño ahora mismo! –dijo aquel tipo a mi espalda y añadió: No querría ninguna otra cosa.

Íbamos en el ascensor del edificio de la biblioteca en la que trabajo desde hace muchos años. Solos él y yo. Tras pronunciar aquellas palabras ambos quedamos en silencio. Un rubor no sé si llamarlo de vergüenza o ultraje subió hasta mi cara. En cierto modo también quedé petrificada. Aquel hombre podría violarme allí mismo y no se enterarían en kilómetros a la redonda. Era un edificio muy frío y solitario.

Yo descendía en busca de unos códices antiguos a la sala de archivos históricos y él, electricista, iba a arreglar una avería de los generadores de electricidad del sótano. Cuando subimos al ascensor apenas reparé en él. Quizá podría ser de mi edad más o menos. Sí, sin mirarle directamente diría que su pelo era totalmente cano y que su barba era de varios días. Apestaba a alcohol, hubiese jurado que a coñac.

Pero tras sus palabras, hubo silencio, como ya he contado; y tras eso mi consiguiente reflexión. Quizá resultara estúpido girarme para darle una bofetada. Eso no lo haría. Habían trascurrido varios segundos desde que él hizo su "oferta"; abofetearle sería una reacción tardía, necia.

A mis cuarenta años desconocía la sensación que producía rozarse con un hombre, ¡qué decir pues de que uno me comiese el coño! Me había pasado la vida enterrada entre libros, estudiando, opositando… Se me notaba quizá en la cara una vejez prematura, cierto cansancio producido por el contacto únicamente de objetos, de libros. Pero ¿y el calor humano? Me independicé de mis padres apenas unos años antes y el trabajo, aunque placentero para mí, me absorbía. Ya era tarde a lo mejor para noches de juerga, no podría enfrentarme a esa vida.

-¿De verdad que no querría usted otra cosa? Porque yo no puedo ofrecerle más.

- Si miento que me muera aquí mismo.- respondió.

Me había duchado hacía un rato y mi piel desprendía un intenso aroma a bodymilk . Encontraría mi coño limpito y perfumado; eso si yo decidía dar ese paso definitivo. ¿Por qué no? Sexo preciso y sin compromiso.

- ¡Sí! –exclamé.

Lo que ocurrió a continuación fue una ceremonia consistente en acomodarnos. Yo en bajarme las bragas y subirme la falda y él en ocuparse de que la baba que le colgaba de la lengua no llegase al suelo, porque el tío no se creía todavía que yo le fuese a dar semejante regalo.

No contaba con ello, pero acabamos desnudándonos allí dentro. Duró más de media hora, no recuerdo un rato más dulce. El pobre hombre me lo hacía bien, pero él mismo tenía que satisfacerse zarandeando su cipote para pajearse.

Epílogo: Esto es un relato erótico, no tiene porqué suceder nada más, al menos en el texto. Otra cosa es la imaginación del lector

mellamanArte
(mujer_de_madrid@hotmail.com)

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Todo asombroso