Video Relato

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Mis -tres primeras- veces (3 y final)

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Lachlainn
(lachlainn@gmail.com

La primera semana pasó como un sueño. Dormíamos los tres juntos, en la inmensa cama de nuestros padres, y probamos la mayor parte de las posturas que aparecían en una página Web que nos mostró Thelma. Algunas las hubimos de abandonar, entre risas, porque solo un contorsionista podría haberlas mantenido. Pero siempre conseguía (cosas de la poca edad) follarme a las dos, mientras la que no estaba encima, debajo, o a un costado de mí, era atendida convenientemente por la boca y las manos de los dos que estábamos enlazados haciendo el amor.

La rutina era siempre más o menos la misma: conectábamos el despertador a las ocho. Cuando sonaba, hacíamos rápidamente la cama entre los tres, y nos íbamos muy modositos a nuestras respectivas habitaciones, de modo que cuando llegaba la asistenta, nos encontraba a cada cual en su dormitorio, con la ropa de noche puesta, y fingiendo que acabábamos de despertarnos.

El resto de la mañana era un suplicio: leíamos o mirábamos tv, echábamos una mano en las cosas de la casa, y estábamos esperando con ansia el momento en que la mujer, después de recoger la loza de la comida y conectar el lavavajillas, sustituía su bata por la ropa de calle. Cuando al fin se marchaba, nos agolpábamos ante la ventana hasta verla desaparecer por la esquina, y entonces nos desnudábamos unos a otros con gran algarabía, metiéndonos mano a placer.

La mujer debía haber notado algo extraño, y nos dirigía de vez en cuando miradas especulativas. No era el hecho de que en el desayuno mis hermanas se sentaran solo cubiertas por sus breves camisas de dormir, con las braguitas al aire, no. La mujer ya estaba curada de espantos en ese terreno, después de tres años en nuestra casa. Pero, sin duda, había percibido algo raro en el ambiente. Quizá, que Natalia ya no estaba de continuo haciéndome objeto de sus pullas, como de costumbre. O puede que en alguna ocasión hubiera sorprendido una de las breves caricias intercambiadas a hurtadillas. No sé, pero el caso es que pudimos darnos cuenta de que parecía sospechar algo. Aunque también podía ser nuestro leve sentimiento de culpabilidad, que nos hacía ver cosas que no existían.

El sábado y el domingo eran sus días libres, lo cual nos dejaba en absoluta libertad, aunque con el inconveniente de que teníamos que encargarnos de las tareas domésticas. Descubrí enseguida que fregar el suelo era menos desagradable si, mientras lo estaba haciendo, tenía ante mi vista el coñito de Natalia, que mostraba ya despreocupadamente mientras limpiaba el polvo de los muebles, pongo por caso.

Después de la comida del sábado (preferimos cocinar algo ligero a salir, para no tener que vestirnos) Thelma puso una película XXX en el DVD, y la miramos hasta que la excitación subió de punto, y terminamos de nuevo los tres en la cama.

No salimos de casa en todo el fin de semana. Comíamos cuando teníamos hambre, y follamos mientras los cuerpos aguantaron. Cuando yo no podía más, ellas se montaban un 69, o se masturbaban una a la otra, hasta caer también rendidas. (Después de aquello, Natalia me dijo que en aquellos dos días había perdido la cuenta de sus orgasmos cuando iba por el número seis). Y ninguno de los tres quería pensar en que aquello se iba a acabar de forma inminente, con la llegada de nuestros padres.

Cuando amanecí el domingo, me sorprendió de nuevo una erección matutina, después de lo que había "llovido" la noche anterior. Natalia dormía tendida boca abajo, con los muslos muy juntos. Thelma reposaba de costado, con las rodillas ligeramente flexionadas. No veía el sexo de la pequeña, pero el de la mayor aparecía como una raya cerrada ante mis ojos de nuevo hambrientos. Muy despacio, levanté su pierna, tomándola por la corva. Me pegué completamente a ella, y conduje mi pene hasta el vértice inferior de la ranura, ahora ligeramente más abierta por la postura. Empujé ligeramente, hasta penetrarla todo lo profundamente que permitía la posición. Pasé un brazo bajo su cabeza, muy despacio, para no despertarla, y aferré sus espléndidos pechos con ambas manos. Seguí follándola despacio durante unos segundos. El sonido de su respiración cambió, y una de sus manos fue a mi cadera, que acarició suavemente. Poco después estaba jadeando, y murmurando bajito algo que sonaba como "sigue, sigue"… Me corrí, sintiendo un placer increíble, mientras mi hermana comenzaba a balancear también la pelvis adelante y atrás, hasta explotar en un convulsivo orgasmo. Luego se dio la vuelta, puso sus manos en mis mejillas, y me besó en los labios suavemente. Nos sorprendió la voz de Natalia, a mi espalda:

Pero… ¿ya estáis "liados" otra vez? –rió bajito-. Creí que después de lo de anoche, tendríais bastante por unas horas al menos…

Me eché sobre ella, que fingía resistirse a que la tumbara boca arriba, entre risas y chillidos. Thelma se unió al revuelo de cuerpos que se debatían y, finalmente, la "peque" quedó inmovilizada de cara al techo, con las piernas separadas. Me la habría follado de buena gana… si hubiera podido. Pero ahora sí que era cierto lo del "colgajo", como ella había llamado humorísticamente a mi pene, y no creía que en las próximas horas pudiera estar en disposición de cumplir con su agradable misión. De modo que entre Thelma y yo le hicimos un trabajito oral, hasta dejarla rendida después de su segundo orgasmo.

Poco después, Thelma miró el reloj de la mesilla, y se levantó como picada por un bicho:

- ¡Las nueve!. ¡Levantaos rápido y vamos a arreglar este desastre, que el barco de papá y mamá llega a las once!.

Las semanas siguientes fueron un auténtico tormento. Thelma no quiso ni oír hablar de esperar alguna noche a que mis padres se durmieran para ir de puntillas a otra habitación, ya me entendéis…

- ¿Os imagináis si nos "pillan"?. No quiero ni pensarlo… No, de ningún modo –sentenció-.

Y mi padre tenía vacaciones hasta fin de mes, de modo que nos tuvimos que contentar con hacer vida familiar… Eso de ir al cine o a comer los cinco juntos, una lata. Y a mí, que cuando por las mañanas aparecía alguna –o las dos- a desayunar con las braguitas al aire, me costaba un montón disimular lo que crecía entre mis piernas sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

Me masturbé un par de veces en aquellos días, cuando ya no podía soportar más la tensión, pero aquello no me satisfacía ya. Lo que yo quería era tener a las dos desnudas entre mis brazos de nuevo, pero… ni modo.

Por fin, el último viernes de asueto de mi padre, nos anunciaron en la comida que se iban a pasar el fin de semana en casa de otra pareja que habían conocido en el crucero. Tuve que contener mis ganas de saltar y chillar. ¡Por fin!. El sábado tampoco estaba la asistenta, y de seguro que habría "fiesta". Casi ni dormí aquella noche, anticipando lo que sucedería el día siguiente…

Cuando vimos desde la ventana el auto alejarse por la calle adelante, fue como al inicio: nos fuimos corriendo a la cama, y nos desnudamos con gran algarabía, metiéndonos mano por todas partes. Pensé que me iba a desquitar por todos aquellos días de abstinencia…

Pero en aquella ocasión hubo un cambio: me permitieron tocar y lamer cuanto quise, hasta que las dos hubieron alcanzado al menos dos o tres orgasmos. Pero, a pesar de mis súplicas, ninguna de ellas consintió que la penetrara, aunque sí se turnaron con las bocas en mi pene, hasta que consiguieron aliviar mi calentura. Y sus risitas y miradas cómplices, delataban que guardaban un secreto del que me habían excluido. Aunque no duró mucho el misterio. Yo estaba tendido entre las dos, aparentemente satisfechas de momento. Estaba muy cabreado, porque ninguna de ellas se había prestado a follar conmigo. Entonces, Thelma me lo contó:

- He invitado a merendar esta tarde a un compañero de clase, que se ha quedado sin vacaciones por haber suspendido dos asignaturas.

Me sentí fastidiado:

- ¡Joder!, no sólo no me habéis dejado hacerlo con ninguna después de todos estos días sin catarlo, sino que además, tendremos que vestirnos, y hasta probablemente querréis que le haga buena cara al tío…

- Pues espera antes de mosquearte, que aún no te lo hemos contado todo… -terció Natalia, con gesto de picardía.

Thelma puso su mano en una de mis mejillas, antes de explicar el resto.

- Tienes que echarnos una manita. Mira, va a venir acompañado de su hermana, de modo que tú la entretienes, y mientras nosotras…

- Nosotras nos follamos a Joan –terminó Natalia.

Me sentí dolido, frustrado, y enormemente celoso. No quería responder, porque me estaba temblando la barbilla, y no deseaba por nada que se me quebrara la voz.

Thelma atrajo mi cabeza hacia ella, hasta que mi mejilla quedó en contacto con uno de sus pechos desnudos.

- Mira, Alex –comenzó-. La experiencia de estos días ha sido maravillosa, y creo que los tres tendremos de ella un recuerdo imborrable. Por lo que a mí respecta, no podré olvidar nunca nuestra "primera vez" compartida entre los tres, y nadie, nunca, podrá conocer lo que tú has disfrutado. Pero…

Hizo una pausa, y lo pensó unos segundos antes de continuar.

- Tienes que tener presente que esto no puede ni debe durar por siempre: somos hermanos, y tarde o temprano, todos nosotros encontraremos una pareja. De modo que esta será como una prueba para los tres, -me estaba acariciando el pelo, lo cual me hacía sentir infantil.

- No quiero decir que, pase lo que pase esta tarde, -prosiguió-, no vayamos a tener sexo de nuevo entre nosotros. Pero tienes que ir pensando en buscarte tú también una chica, y tener otras experiencias…

- Por cierto, que si te lo montas bien, a lo mejor Eva, la hermana de Joan y tú… -insinuó Natalia.

«¡Lo que faltaba!. Nada más y nada menos que Eva, "La Estrecha", como la apodábamos en clase».

- ¿Estás gilipollas, o qué? –respondí, dejando traslucir la ira y el despecho que me consumían-. ¡Pero si "La Estrecha" ni siquiera sale con chicos!. Para vosotras es muy fácil: no tenéis más que enseñarle el coñito, y el tío estará babeando de gusto, pero para un hombre… Además, ¿se os ha ocurrido que pensará Joan de vosotras, si os lo montáis con él?. ¡Y las dos a la vez!. De seguro que en cuanto comiencen las clases, se enterará todo el curso… ¿Es eso lo que queréis?.

- ¡Va, Alex!, no te lo tomes por la tremenda, -de nuevo, Thelma estaba enredando sus dedos en mis cabellos, en un gesto que en esos días me había parecido de lo más tierno, pero que ahora me molestaba…

Natalia me arrimó también su cuerpo desnudo, y comenzó a acariciarme:

- No nos irás a montar un numerito, ¿eh?. Anda, enano, ya te ha dicho Thelma que es como una prueba que tenemos que pasar…

Me levanté de la cama, y me fui a mi habitación, golpeando las puertas. Me sentía traicionado, y tenía unas enormes ganas de llorar, pero no les iba a dar el gustazo a las muy… Además, estaba por ver que consiguieran "llevarse al huerto" a Joan, delante de las narices de "La Estrecha"…

El tiempo que transcurrió hasta que sentí el timbre de la puerta, fue para mí un calvario. Finalmente, conseguí convencerme de que todo había sido una broma, que no tenían verdaderamente la intención…

Rememoré la preciosa cara y el increíble cuerpo de Eva, que aparentaba ser más mayor de sus dieciséis años, mi misma edad, aunque había nacido unos meses después que yo. Todo el Instituto había intentado algo con ella, pero Eva sonreía, y siempre decía que no. Durante unos meses fue mi sueño inalcanzable, hasta que un buen día me armé de valor, y eché mano de mi hucha, decidido a invitarla al cine. Conseguí charlar con ella durante más de media hora sobre películas y música, pero al final no me atreví a proponerle nada, y volví a casa maldiciéndome a mí mismo por mi cobardía. Luego… no lo había vuelto a intentar, convencido como estaba de que no iba a hacer conmigo una excepción…

Salí al salón, vestido únicamente con un pantalón corto. Thelma y Natalia se habían puesto de punta en blanco, y estaban preciosas. Con una nueva punzada de celos, pensé que no lo habían hecho para mí, sino para aquel… Joan, como su hermana, era el blanco de todas las miradas y todos los deseos femeninos, por lo que había oído decir a las chicas… El sí que había tenido un par de "rollos" de poca duración. Pero, como "La Estrecha", no se comprometía con ninguna, y nadie sabía que hacía los fines de semana.

Eva estaba también que quitaba el aliento. Llevaba una blusa blanca abotonada por delante, y una falda cortita, sin exageración. Sus cabellos rubios en dos tonos estaban recogidos en la nuca con una cinta, y me dirigió una sonrisa que me derritió. Y cuando me saludó con dos besos en las mejillas… ¡Dioses!, olía… no sé como explicarlo. Habría dado en aquel momento cualquier cosa, sólo por que me sonriera de nuevo. Aunque, bien mirado, no hacía falta dar nada, porque seguía sonriendo, y mirándome con sus increíbles ojos de un verde más claro que los míos… ¡Vaya!, que hasta me olvidé por unos momentos de lo que Thelma y Natalia maquinaban.

(Y las zorritas de mis hermanas me miraban con cara irónica. ¿Tan transparente era la impresión que me producía la cercanía de Eva?). Porque Joan y mis hermanas habían ocupado el sofá de tres plazas, y nos habían dejado a Eva y a mí el de dos.

Minutos después, me había olvidado de los otros tres, y ni escuchaba su conversación, pendiente como estaba de los labios rellenitos de Eva, de su piel perfecta, de sus ojos… Durante un rato, estuvimos charlando sobre naderías, y contando anécdotas del Instituto, de los profesores… Bueno, a decir verdad, Eva hizo la mayor parte del gasto de la conversación, porque yo tenía suficiente con sumergirme en el verde aguamarina de sus ojos, que me devolvían la mirada sin reticencias.

- ¿Fuiste al fin a ver aquella película de la que me hablaste? –Eva me estaba dirigiendo una pregunta directa, y tuve que hacer un esfuerzo para salir del embobamiento que me producía su cercanía.

- Sí, pero ahora mismo ni recuerdo…

Eva dejó oír su risa cristalina, y sus ojos chispearon maliciosos:

- Yo me quedé al fin sin verla. Había esperado que alguien me acompañara, pero nadie se decidió…

«¿Sería posible?. ¿Me estaba quizá intentando decir que si yo se lo hubiera planteado…?. No, no podía ser. Ella había dado calabazas a medio Instituto…».

- Bueno, si lo hubiera sabido, yo te habría acompañado con mucho gusto… -acerté a balbucear.

- Pensé que ibas a pedirme que fuera contigo, pero no lo hiciste…

- Y si lo hubiera hecho, ¿qué habrías respondido? –quise saber.

Nueva sonrisa de las que me calaban hasta lo más profundo.

- Bueno, tengo mucho interés en ver una de ciencia-ficción que acaban de estrenar… -la insinuación quedó flotando en el aire.

- ¿Te parece que vayamos mañana domingo? –pregunté con el corazón batiendo como un tambor.

- Bueno, podemos ir a la sesión de las siete…

Mis hermanas se habían llevado a Joan hacia el interior de la casa en algún momento, y agradecí en el alma que no estuvieran para ver la cara de gilipollas que debí poner. ¡Ahí es nada!. ¡Había conseguido una cita con Eva "La Estrecha"!. ¡No, mejor aún!. ¡Había sido la propia Eva la que me había empujado a que la invitara!. ¿Acaso…?. No me atrevía a pensar en las implicaciones de aquello.

Al fondo –probablemente en el dormitorio de Thelma- se escucharon risitas femeninas, acompañadas de la voz más grave de Joan, aunque no entendíamos lo que decían. Eva miró en aquella dirección, y se puso repentinamente muy seria.

- ¿Te apetece otra "cola"? –pregunté para distraer su atención.

- Sí, gracias.

Mientras destapaba la botella en la cocina, pude escuchar uno de los inconfundibles suspiros de satisfacción de Thelma, que me produjo una nueva punzada de celos. ¡Verdaderamente, lo de follarse a Joan no había sido una broma!.

Encontré a Eva en pié, mirando hacia el pasillo con un gesto de indecisión.

- Quizá deberíamos ir con ellos –insinuó.

No podía consentirlo de ningún modo.

- ¡Bah!, no sé qué les oí decir de buscar unos apuntes en Internet para Joan –insinué.

Eva volvió a sentarse, pero se quedó muy callada, dirigiendo de vez en cuando miradas de soslayo hacia la puerta que comunicaba con el pasillo, de donde seguían llegando las voces de nuestros hermanos… Finalmente, se puso de nuevo en pie:

- Creo que voy a ir a ver… -y dejó la frase en el aire, indecisa.

La tomé de un brazo.

- Es mejor que no lo hagas…

Eva me miró con los ojos húmedos. Lo dudó un instante, y quizá habría vuelto de nuevo a sentarse, pero en aquel momento nos llegó la voz apagada de Thelma:

- ¡¡¡Mmmmmmmmm, Joan!!!…

- Tengo que ir… -musitó con la voz quebrada.

- Déjales, Eva –rogué suavemente.

- Tú no lo entiendes…

Y entonces, como un mazazo, me llegó la revelación: ¡Eva y Joan eran amantes!.

La chica se desasió de mi brazo, y comenzó a caminar hacia el lugar de donde partían lo que ahora eran gemidos ahogados. Aún intenté detenerla. La tomé por la cintura:

- De veras, Eva, es mejor que no vayas.

Me miró de frente. Dos lágrimas como puños corrían por sus mejillas, y tenía una expresión de dolor sin límites. La seguí, sin hacer ningún otro intento de impedírselo.

Desde la puerta entornada de la habitación de mi hermana mayor, pudimos contemplar a los tres, completamente desnudos sobre la cama. Natalia estaba sentada con la espalda apoyada en la cabecera. Thelma, en cuatro, tenía la cabeza enterrada entre sus muslos. Y Joan la había penetrado desde atrás, y estaba aferrado a sus caderas, follándola rápidamente. Sentí como una puñalada que me traspasaba el pecho. A pesar de todo, me había quedado un resquicio de esperanza de que finalmente no llevarían a cabo sus propósitos.

Eva huyó hacia el salón, y se dirigió a una ventana, dándome la espalda. No veía su rostro, pero sus hombros se contraían en espasmos producidos por sollozos silenciosos. Sin saber muy bien qué hacer, me acerqué, la tomé de un hombro y la obligué con suavidad a ponerse frente a mí. Su llanto se hizo ahora audible, y enterró la cabeza en mi pecho. Noté perfectamente la humedad de sus lágrimas sobre mi piel desnuda, y sentí una ternura sin límites. Me olvidé de la escena que ambos acabábamos de presenciar, y la abracé estrechamente.

- ¿Cómo ha podido hacerme esto? –se preguntó a sí misma, hipando.

Mi mano fue a acariciar su pelo.

- Eva, cielo, tienes que entender que sois hermanos, que una relación como la vuestra no puede durar para siempre, y que lo natural es que ambos con el tiempo encontréis a otra persona –estaba repitiendo casi palabra por palabra los argumentos de Thelma de unas horas antes.

Eva alzó la cara ahora hacia mí, con los ojos enrojecidos e hinchados por el llanto, y una expresión de horror en su precioso rostro:

- ¿Cómo sabes…?.

Nos miramos fijamente durante muchos segundos. Ella debió contemplar mis ojos humedecidos, y mis facciones desencajadas. Y al fin, la revelación se abrió paso en su interior:

- Vosotros también… -murmuró casi como para sí-. Entonces tú, Alex…

Pasó sus brazos en torno a mi espalda, y me abrazó estrechamente.

- ¡Pobre Alex! –murmuró en mi oído-. Tú estás pasando lo mismo que yo…

Me miró de nuevo, con el rostro a pocos centímetros del mío, y nos mantuvimos así, con los ojos prendidos en los otros ojos durante mucho tiempo. No sé de quién fue la iniciativa, pero nuestros labios se encontraron en un largo beso, y ya solo éramos Eva y yo, olvidados de todo lo que no fuera la increíble sensación de nuestros cuerpos estrechamente unidos en un abrazo con el que queríamos infundir al otro consuelo y amor.

Cuando finalmente nos separamos, mis dedos desabrocharon lentamente los botones superiores de su blusa, y Eva, después de un intento inicial de apartarse, sonrió con tristeza y me dejó hacer. Besé el hueco de su cuello, y el inicio de uno de sus pechos. Y entonces vi en su rostro un gesto de determinación, que más adelante tendría otras muchas ocasiones de contemplar.

- Llévame a tu habitación, Alex –murmuró con la voz quebrada.

- Así no, Eva. No quiero que lo hagas por simple despecho…

Me sonrió de nuevo, mientras ella misma acababa de desabrochar su blusa.

- Eres un tonto de lo más encantador, ¿sabes?. Tú mismo lo has dicho hace unos instantes: tenemos que vivir otras experiencias, con otras personas…

«¡Dioses, los pechos de Eva!. Altos y firmes, desnudos bajo la blusa abierta, con pequeñas aréolas rosadas coronadas por dos botoncitos enhiestos».

Tímidamente, con miedo, recorrí suavemente con la punta de los dedos aquellas maravillas de dureza y suavidad. Eva aceptó la caricia con los ojos entornados. Ya no había dolor en su rostro, sino expectación y… casi no me atrevía a creerlo, también deseo. Sus manos fueron a mis tetillas, y amasó mis propios pezones entre sus dedos índice y pulgar.

Yo estaba como en trance, sin terminar de creer que aquello no fuera uno de mis sueños húmedos. ¡Estaba a punto de hacer el amor con Eva "La Estrecha"!, el objeto de todos los deseos, de seguro la inspiradora de cientos de masturbaciones de mis frustrados compañeros de clase.

La pasión se desbordó en ambos. Estrechamente abrazados, nos mordíamos más que besarnos, mientras la conducía a pequeños pasos hacia mi habitación. Sentía en mi pecho la presión de sus senos, y mis manos recorrían la tersura de la piel de su espalda.

Se sentó en mi cama, mientras yo me despojaba a tirones de mi pantalón corto, única prenda que llevaba encima. La tomé de una mano, para ponerla en pie. La blusa se deslizó por sus hombros, y ella estiró los brazos, dejándola caer al suelo, a su espalda. Con dedos temblorosos, desabroché el corchete y descorrí la pequeña cremallera en la parte trasera de su cintura, con lo que la falda quedó arrugada a sus pies. Debajo, un mínimo pantaloncito de encaje blanco, que siguió rápidamente el mismo camino que el resto de su ropa. Eva se abrazó de nuevo a mi cuerpo, ruborizada:

- No me mires, por favor. Me da mucha vergüenza…

Ahora, la totalidad de su cuerpo estaba disponible para mis manos ansiosas, que lo recorrieron en su integridad. Sus nalgas como de seda. Sus caderas. De nuevo sus pechos enhiestos, ahora con los pezones muy abultados, fueron el objetivo para las palmas de mis manos abiertas. El maravilloso cuerpo de Eva temblaba entre mis brazos, recorrido por pequeños escalofríos.

Ahora fui yo el que se sentó en la cama, atrayéndola hacia mí. Por primera vez, me fue dado contemplar su vientre plano, y su pubis cubierto de un vello cortísimo, rubio como sus cabellos. Ella me tapó los ojos con una mano, mientras se acomodaba sentada a horcajadas en mis muslos. Mi erección quedó oprimida bajo su sexo, y sentí perfectamente la humedad de su excitación.

Inclinándome, atrapé uno de sus pezones entre mis labios, y recorrí la enhiesta rugosidad de su pezón con mi lengua. Eva tenía las manos en mi nuca, y la cabeza ligeramente echada hacia atrás. Y gemía suavemente, sin duda embargada por el mismo deseo que me estaba consumiendo ya.

Aún me demoré no sé cuanto tiempo, besando su cuello, el hueco tras sus orejas, el inicio de su pecho… y sus labios, que se entreabrieron permitiéndome saborear la miel de su saliva, con nuestras lenguas enredadas.

Cuando introduje la mano entre nuestros dos cuerpos, asiendo mi erección, Eva levantó el trasero ligeramente, para facilitar mi penetración. Mi pene se introdujo en su cuerpo con absoluta facilidad, hasta el fondo, como si no fuera la primera vez que nuestros cuerpos desnudos se encontraban.

De modo inmediato, comenzó a oscilar levemente su pelvis adelante y atrás, mientras sus labios mordían indoloramente mis mejillas, mi frente, mi nariz, mis hombros… Sus gemidos se convirtieron en leves quejidos de placer, y se estremeció en las primeras contracciones de su orgasmo. Sus movimientos se hicieron más rápidos, elevando y bajando su culito cada vez más deprisa. Su boca entreabierta exhalaba ya pequeños chillidos rítmicos, que seguían los impulsos de su pelvis, que oscilaba ya descontroladamente.

Finalmente, con un largo gemido, empujó fuertemente con sus caderas haciendo la penetración aún más profunda, y luego se quedo muy quieta, jadeante.

Yo no me había corrido aún, pero estaba en el mismo límite. Me quedé quieto, sin embargo, disfrutando del abrazo de Eva, de su maravillosa sonrisa de satisfacción, de la sensación de mi pene oprimido por su estrecha vagina…

- ¿Qué estáis haciendo? –tronó la voz de Joan desde el quicio de la puerta.

«Inteligente pregunta –pensé irónicamente-. Un chico y una chica desnudos y abrazados sobre una cama… Esperando el autobús, sin duda».

Alcé la vista. Joan, con cara de ira, nos miraba flanqueado por mis dos hermanas, y los tres continuaban completamente desnudos. Durante unos segundos, nadie se movió ni habló. Advertí que Joan, aunque unos pocos centímetros más alto, era menos musculoso que yo, y tenía los hombros algo más estrechos. Y otra cosa: ¡su "minga" era más corta que la mía!.

En una situación así, lo propio habría sido que mi erección disminuyera. Pero sucedió exactamente lo contrario. Un espasmo de placer se extendió desde mis testículos por todo mi cuerpo.

«¡Oh no dioses, ahora no!. ¡Voy a correrme delante de ese energúmeno!».

Traté desesperadamente de pensar en otra cosa, para evitar lo que parecía inevitable ya. Quizá lo habría conseguido, o quizá no, pero no hubo caso: otra vez, el rostro de Eva adoptó un gesto de desafío, con los labios fruncidos y la barbilla adelantada, la vista fija en su hermano. Se dejó caer hacia atrás, sosteniéndose con los brazos extendidos a su espalda. Se apoyó en los talones, flexionando las piernas, y comenzó a elevar y bajar su culito. Como los tres espectadores, contemplé por primera vez su sexo, el anillo de carne de la entrada de su vagina abrazado a mi pene, que entraba y salía al impulso de sus empujones.

Al segundo impulso, mi eyaculación brotó imparable. Y Eva comenzó otra vez a gemir, experimentando de nuevo un intenso y largo orgasmo.

Nos quedamos muy quietos. La cara de Joan era un poema, rojo de ira, y con la barbilla temblorosa de pura rabia.

«Ahora es cuando me arrima dos hostias –pensé-».

Efectivamente, hizo un intento de avanzar hacia nosotros, con los puños apretados, pero Thelma le sujetó por la cintura, suave pero firmemente:

- Ven, Joan –susurró-. Deja a los chicos, y volvamos a mi habitación…

Aún se volvió desde el quicio de la puerta, dirigiendo hacia mí una mirada rencorosa, pero finalmente se dejó llevar. Natalia se demoró unos segundos, mirándonos con expresión indescifrable. Luego, dio media vuelta y nos dejó solos.

Durante mucho tiempo, Eva y yo nos mantuvimos estrechamente abrazados, tendidos de costado en la cama. Yo no me cansaba de besar todo su rostro, aún incrédulo de tenerla así, desnuda a mi lado.

En un instante determinado, ella introdujo una mano entre nuestros dos cuerpos, y asió mi pene, con el que jugueteó entre los dedos, mientras me miraba con una expresión… ¡Joder!, yo había visto la lujuria y el deseo satisfecho en los rostros de mis hermanas, pero aquello era otra cosa. Casi no me atrevía a pensarlo pero, si no era amor lo que veía… No, era imposible. Yo había sido para ella uno más de la clase hasta aquel día. Seguro que no me había dirigido dos miradas seguidas siquiera. Deposité un suave beso en uno de sus oídos.

- ¿Sabes que durante mucho tiempo te he deseado, sin atreverme nunca a hablarte? –musité.

Ella me miró con los ojos brillantes:

- ¿Sabes que habría dado algo porque aquella mañana te hubieras atrevido a proponerme salir contigo?.

Me sentí aún más estúpido que hacía un rato.

- Pero… balbuceé. Tú has rechazado cualquier intento de los otros chicos… Yo pensé…

Se puso seria, y su rostro fue por unos instantes como cuando una nube tapa el sol.

- Calla, y hazme el amor…

Advertí con sorpresa que mi pene se había endurecido de nuevo entre sus dedos, preparado para un nuevo encuentro. Eva se tendió boca arriba, mostrándome ahora sin reticencias su sexo entre las piernas muy abiertas. La penetré, y de nuevo experimenté la dicha de su entrega, y sentí un infinito placer mientras Eva "La Ardiente" se debatía debajo de mí, en un nuevo orgasmo que se prolongó mucho tiempo…

La señal que indicaba que estábamos entrando en Platja D’Or, el pueblo en el que íbamos a disfrutar de 15 días de vacaciones de sol y playa, me sacó de mi ensoñación.

En contra de lo que cabía suponer, -dada la edad que teníamos cuando ocurrió lo que acababa de rememorar-, aquello fue solo el inicio de algo que aún se mantenía. Thelma terminó casándose con Joan, y un par de años después que ellos, Eva y yo también contrajimos matrimonio. Sólo Natalia se mantenía soltera, aunque había tenido un corto romance hacía tiempo, además de los dos años de tempestuosa relación con Luis, del que se había separado definitivamente hacía unos días.

¡Jajaja!, aún de vez en cuando recordamos el silencio que se hizo en el aula cuando, al inicio del curso siguiente, aparecimos Eva y yo tomados de la mano. En cierto modo me convertí en una especie de héroe, aunque las miradas envidiosas de los chicos no me dejaron ninguna duda acerca de lo que pensaban del "mono" –ese era mi apodo- que había conseguido lo que ninguno antes: hacerse novio de "La Estrecha". ¿Las chicas?. Se me disputaron desde aquel día, y hubiera podido -de haberlo querido- follarme a cualquiera de ellas (a pesar de la risueña advertencia de Eva: "si yo me entero de que te has acostado con alguna de esas pelanduscas, ¡te la corto!").

(Bueno, sí me follé a Olivia y a Nines, pero aquello fue casi una violación, en la que yo fui el violado. Y es que, ¡a ver si alguno de vosotros se habría resistido, con Eva de vacaciones familiares, si dos bellezas como aquellas te llevan a sus casas y, a modo de aperitivo, se quitan las braguitas y te las ponen en la mano –Olivia- o se desnudan ante ti sin "cortarse" para nada –Nines-!).

Las relaciones entre hermanos no se interrumpieron después de aquello. Antes al contrario, insensiblemente fueron derivando hacia otra cosa, y finalmente, se hicieron habituales las sesiones de sexo en las que participábamos los cinco juntos, a poco que encontráramos la ocasión –que, cuando Joan y Thelma tuvieron su propia casa, no había que buscar demasiado-.

Estoy profundamente enamorado de Eva, pero ello no es obstáculo para que no sienta reparo alguno en contemplarla desnuda entre los brazos de su hermano, mientras Thelma a su vez hace el amor conmigo de la forma ardiente que le es habitual. Y Natalia –que humorísticamente se denomina a sí misma "la hermana comodín"- folla indistintamente con Joan y conmigo, aunque parece tener preferencia por mí. Y ello me preocupa, sobre todo desde el día en que, en tono de broma, dijo que yo era su único amor. Pero su rostro me hizo dudar de si verdaderamente lo decía en serio. Eso, sin contar con el hecho de que no parece "cuajar" ninguna relación estable.

A Eva le costó un poco aceptar los avances de mis hermanas, a las que sigue gustando practicar el sexo entre ellas. Pero una vez vencidos sus reparos iniciales, se ha aficionado también a permitir que Thelma, Natalia, o las dos a la vez, le "den lengua" a modo. Y Eva no se queda manca, porque, en palabras de la desvergonzada de Natalia, "hace unas comidas de coño divinas".

Los únicos que aún nos resistimos somos los varones, aunque un día se pusieron cabezotas, y al final nos retrataron desnudos y abrazados. A los dos nos da mucho reparo –más a mí, porque no me gusta en absoluto lo del sexo anal, ni siquiera con una mujer, aunque a Joan no parece importarle tanto; de hecho, Thelma nos ha pedido en alguna ocasión una doble penetración, en la que es siempre su marido el que "entra por la puerta de atrás"-. Pero no descarto que algún día, si las chicas insisten mucho… No sé, no sé.

Thelma me sonríe desde el asiento del conductor, en el que me relevó hace como 200 km. Joan y su hermana ocupan las plazas traseras, y Eva está dormida, con la cabeza recostada en su hombro.

Thelma frena ante la agencia inmobiliaria, donde milagrosamente hay hueco para estacionar. Introduzco una mano entre sus muslos, y la acaricio unos instantes. Una pareja de ancianos que pasaba ha visto la maniobra, nos miran escandalizados, y se alejan moviendo la cabeza con reprobación. ¡Y eso que no saben!...

Estoy impaciente por ver a Natalia. Ella ha viajado directamente desde León, donde ha vivido los dos últimos años, y quedó en esperarnos en la agencia. Nada más entrar, se levanta chillando del sofá donde estaba sentada, y se abraza a mí, llorando y riendo a la vez. Está preciosa, aunque un poco más delgada de cómo la recordaba. Me besa en la boca, sin molestarse lo más mínimo por la mirada de los empleados. Luego, saluda a los demás, aunque ahora sí, se "corta" y los besos son en las mejillas.

Lleva un vestido gris de una pieza, con escote cuadrado que sólo permite vislumbrar el inicio del canal entre sus senos (ahora los tiene más grandes que ninguna de las otras dos chicas) y cerrado a la espalda –donde el escote es más pronunciado- por una botonadura que lo recorre de arriba abajo.

Ahora me siento atrás, entre Thelma y Natalia, que sigue abrazada a mi cuerpo, cotorreando por los codos. Eva conduce, y Joan ocupa la otra plaza delantera. La mujer de la agencia nos precede en su utilitario, para mostrarnos el camino.

Ya dentro del apartamento, la señora nos acompaña en un recorrido por todas las habitaciones, mirándonos con suspicacia. Y es que no es para menos. En los pocos minutos que lleva con nosotros, ya ha visto como se formaban lo que yo llamo en broma "parejas fluctuantes", y no sabe a qué carta quedarse. Joan (que siempre actúa de "hermano mayor") le ha presentado a Thelma como su esposa, pero unos segundos después, era Eva la que estaba abrazada a su cintura.

La empleada está en la cocina, comprobando el inventario de loza y cristalería ante Joan y Thelma. Natalia se ha quedado en el quicio de la puerta, y yo tras ella. Desabrocho un par de botones a la altura de sus nalgas, e introduzco la mano por la abertura. ¡Sorpresa!. Mi hermana sabe que me "pone" enormemente la consciencia de que una mujer está desnuda bajo el vestido, y no lleva ropa interior. Mis dedos recorren su vulva ya húmeda y ¡nueva sorpresa!, completamente depilada.

Eva nos hace un gesto de reconvención, y se coloca ante Natalia, de modo que la mujer no pueda ver lo que sucede a la entrada de la cocina. Por fin se marcha, y mi hermana se separa de mí. Tiene todos los botones desabrochados de cintura abajo, y por la abertura muestra sus nalgas redonditas y elevadas.

Cuando Joan y yo terminamos de acarrear las maletas de los cinco –demasiada ropa, teniendo en cuenta que con toda seguridad andaremos los cinco desnudos por la casa en los próximos quince días-, no veo a Natalia por ninguna parte. Estoy muy empalmado, y deseando hacerle el amor. Veo el vestido gris tirado en el suelo, a la puerta del dormitorio que tiene dos camas gemelas, y entro. Natalia está desnuda sobre una de las camas, abierta de piernas, y frotándose el sexo con una mano, mientras que con la otra se acaricia los senos.

Me desnudo rápidamente, me tiendo sobre ella, y la penetro inmediatamente. Tengo verdadera ansia de su cuerpo, que hace casi dos años que no he podido disfrutar, y me doy cuenta de que no voy a durar mucho.

Hay un revuelo a nuestro lado, en la otra cama. Eva y Joan se están desnudando mutuamente, con urgencia. El hombre se sienta en el borde del lecho, y su hermana se pone a horcajadas sobre él. No he visto en qué momento la ha penetrado, pero cuando se tumban, ella encima, contemplo como el pene de mi cuñado –que sigue siendo más pequeño que el mío, aun en erección- entra y sale rápidamente de la vagina de Eva.

Thelma contempla la escena, y finalmente se encoge de hombros. Se quita la camiseta, los pantalones cortos, y se sube sobre la cama donde estamos follando Natalia y yo, "vestida" únicamente con un tanga negro minúsculo. Con cara de malicia, la desliza muy despacio hacia abajo por sus piernas, y contemplo de nuevo la maravilla de su sexo tapizado de un vello oscuro muy cortito, inexistente en las ingles. Apoya su trasero sobre la cabecera de la cama, con una exageradamente cómica expresión de lujuria en su rostro, y separa sus labios mayores con dos dedos. Elevo mi tronco apoyado sobre las manos, mientras continúo follándome a Natalia, que ya comienza a debatirse debajo de mí, gimiendo a un paso del orgasmo.

Mis labios se cierran sobre el clítoris de Thelma, que acoge la caricia con uno de sus largos suspiros. Me estoy corriendo, mientras Natalia chilla sin control, estirando y flexionando espasmódicamente las piernas en lo que parece un clímax intensísimo. Introduzco la lengua en la vagina de Thelma, que recibe la caricia con un estremecimiento de todo su cuerpo. Natalia se ha quedado muy quieta, momentáneamente saciado su deseo, y ahora puedo dedicarme por entero al sexo de nuestra hermana. Me sostengo con las manos aferradas a sus nalgas, mientras mi lengua recorre la totalidad de su abertura, insistiendo en el clítoris inflamado.

Y, mientras Thelma comienza a gemir en los estertores de su orgasmo, escucho indistintamente a mi lado los pequeños chillidos rítmicos de Eva, y los gruñidos de placer de su hermano Joan…

Dentro de poco tendremos que tomar alguna precaución, porque Thelma y Joan han decidido tener un hijo, y digo yo que querrán estar seguros acerca de quién es el padre. Aunque, como dijo humorísticamente mi hermana cuando hablamos de ello, "en realidad no importaría demasiado que en lugar de Joan Jr. fuera Alex II, porque al fin y a la postre, todo quedaría en familia"…

F I N

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy muy buena historia aunque de principio no compartia mucho el sexo entre hermanos . Me e quedado bien cachondo y ansioso de tener una historia asi

Todo asombroso