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Una viciosa educadora de párvulos

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Mi nombre es María Soledad, me llaman Marisol, soy educadora de párvulos y tengo un jardín infantil con una matrícula de alrededor de doscientos infantes.

Bimensualmente entrego un completo informe de los progresos de los niños a sus padres o apoderados. Para tales fines programo una semana completa a objeto de recibir a los papás de mis infantes e informarles en detalle de los avances y retrocesos que van teniendo en su desarrollo. Rara vez vienen ambos padres a la cita; lo usual es que concurra solo uno de ellos, generalmente la mamá. Excepcionalmente asiste el papá y, algunas veces que ello ha sucedido, les he brindado un completo informe de su hijo y de la directora del establecimiento educacional. Es decir, de mí. Lo hago para que me conozcan y, he de confesar en honor a la verdad, que más de uno me ha conocido «profundamente».

La semana pasada estuve ocupada en los afanes antes referidos. La última entrevista del día martes la había concertado con Susana, la mamá de Martín, uno de mis chicos predilectos. Me había sacado el delantal de "tía" y me quedé con una muy escotada y ajustada blusita blanca y una faldita cortita que delineaban muy bien mis voluptuosas formas y que permitían ver mis piernas casi por completo, ya que la faldita apenas alcanzaba a cubrir mis braguitas blancas. Con el delantal de profesora de párvulos no se notaba nada, pero sin él parecía un putón de tomo y lomo.

A la hora de la última reunión de aquel martes me encontraba sola en el recinto de las oficinas cuando, puntualmente, tocaron a la puerta de mi despacho. Sin pensarlo casi nada dije:

—Adelante Susana, la puerta está sin seguro.

Sin levantar la vista de los papeles que estaba revisando en mi mesa de escritorio, siento que la puerta se abre y enseguida mi despacho se inunda de un aroma a un exquisito perfume muy varonil. Este hecho inesperado me hizo levantar la vista y observé la figura fornida de un sujeto guapísimo, de cabellos rubios, de ojos grandes de color azul, alto, muy bien vestido que me sonreía jovialmente.

—Susana no pudo venir, pero asistí yo. Soy Martín, el padre de Martín junior.

Acto seguido se acercó a mí y me dio un beso en cada mejilla. Yo aún estupefacta por el atractivo y desplante de aquel bombón, no supe reaccionar para disimular la atracción que provocaba en mí el papá de mi alumno. Él se percató de ello y me señaló:

— ¡Ajá! Veo que te he sorprendido.

Como pude me recompuse y contesté:

—Sí, la verdad es que no esperaba esta «agradable» sorpresa. Por favor toma asiento.

Martín se sentó y arrimó su sillón muy cerca de mi mesa de escritorio. Al principio me sentí un poquito invadida por alguien a quien no le había dado tanta confianza. Pero también me sentí seducida, cautivada, por el hecho que tan apuesto varón se interesara en verme tan de cerca. Entonces primó mi lado putón, mi natural costumbre de comportarme sexualmente de modo liberal, y decidí coquetearle lo más posible al padre de Martín. Me eché un poco para atrás con mi sillón y me coloqué ligeramente de costado con mis piernas flexionadas, una encima de la otra, para dejarle ver mis muslos desnudos y de carnes firmes, apetecibles.

Mientras hablaba de la evolución del desempeño de Martin hijo en el jardín durante el período de evaluación, no cesaba de flirtear con el atractivo hombre que tenía enfrente. A ratos me acercaba a la mesa de escritorio y apoyaba mis brazos sobre ella para ofrecerle al atractivo chico una panorámica de mi busto, mis senos desnudos, duros y con los pezones erectos. Otras veces me levantaba de la silla para buscar cualquier cosa en el mueble de repisas adosado a la pared de atrás, con la finalidad de enseñarle parte de mi culo prácticamente desnudo. Un par de ocasiones me aproximé exageradamente a Martín padre para exhibirle, muy de cerca, los detalles del informe de su hijo y los atributos físicos de su profesora.

Martín padre no era indiferente a mi acoso sexual, pues varias veces se quedaba absorto admirando mis grandes tetas, rozando como al descuido mis piernas y mi cintura.

Pasados veinte minutos de exposición, me encontraba de pie frente a Martín, levemente apoyada en la parte delantera de mi mesa de escritorio —enseñándole mis piernas y parte de mis bragas blancas— cuando me atreví a ir un paso más allá en mis afanes de conquista. Le pregunté:

— ¿Te interesa conocer algo más de lo cual no he hablado?

—La verdad es que sí. Me gustaría averiguar más en profundidad las bondades de la profesora de mi retoño.

—Bueno…adelante…

No alcancé a terminar la frase cuando ya tenía a aquel guapísimo papá besándome apasionadamente en la boca. Pese al asombro que provocó en mí tan rauda reacción, no me amilané y me dejé besar a gusto. Luego, respondí los besos introduciendo la puntita de mi lengua en su melífera boca. Aquello fue suficiente para que sus manos comenzaran a recorrer y acariciar mi cuerpo por encima de la delgada tela de mi atrevida vestimenta. Tras sobarme todos los rincones de mi figura con suavidad, acuciosidad y especial atención en mis pechos y en mi culo, se detuvo en los botones de mi camisa y en la cremallera de la minifalda; fue desabrochando los primeros y deslizando lentamente el cierre de la faldita hasta el final. Siguió con las caricias, pero esta vez por debajo de mis ropas. Yo dejaba que hiciera lo que quisiera, limitándome a suspirar cada vez más audiblemente.

Él, ya muy caliente y empalmado, se desnudó y me pidió que le mostrara mis destrezas en el arte de la felación. A esas alturas no me iba a hacer la difícil, así es que me puse a gatas e inicié la deliciosa tarea de mamar aquel brioso pene.

Mamé aquella hermosa polla con la mayor diligencia que me fue posible. Martín resollaba de placer que daba gusto, follando por momentos mi boca.

Posteriormente, mi amante inesperado se lanzó con todo y se hizo una cubana con mis tetas, primero, y me sentó en la mesa de escritorio y comenzó a follarme deliciosamente, después.

Me folló una y otra vez, depositando sus candentes jugos seminales en mi boca, sobre mis tetas, en mi vientre, etc.

Con el correr de las folladas, yo, en lugar de apaciguar mj calentura, me iba excitando cada vez más hasta el punto de rogarle, a voz en cuello, que continuara penetrándome hasta más no poder. Estaba completamente salida y mi razón no gobernaba mi accionar; lo hacía una pasión desbordada alimentada por el goce profundo que me provocaba cada intenso y prolongado orgasmo que experimentaba mi cuerpo vicioso de placer.

Una vez exhaustos y al borde del desfallecimiento, paramos la fiesta. Apenas recobré algo de fuerzas, le pregunté al papá de mi educando:

— ¿Has quedado conforme con el examen a la profesora de tu hijo?

—De momento sí, pero necesito inspeccionar más. ¿Puedes entregarme informes más seguidos? ¿Qué te parece mañana a esta misma hora?

No fui capaz de negarme por lo que le rendí examen durante quince días seguidos, y después, en cada ocasión que me lo requirió.

Así es esta sacrificada profesión de maestra.

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Todo asombroso