Video Relato

anuncio

MI padre me llevó de putas

.




La mayoría de la gente tiene el mismo concepto del término "macho ibérico". El típico tío regordete, con bigote poblado, pelambrera sobresaliendo por encima de su camiseta interior de tirantes y un carácter peculiar, machista, alcohólico, mujeriego y prepotente. Piropeando mujeres desde el andamio, colocándose el paquete a cada paso, escupiendo sonoramente al suelo... España está plagada, y mi padre es uno de ellos.


No es una crítica, que conste, pero encaja perfectamente en esa descripción. Era y es un gran hombre, chapado a la antigua, con sus inamovibles costumbres y sus insolentes manías, pero mi padre al fin y al cabo. Por muy autoritario que fuese, siempre me trató con cariño, quizá por ser su único hijo varón y por tanto el encargado de perpetuar el apellido familiar del que tan orgulloso se siente: "Hidalgo". Le hubiera dado un gran disgusto si hubiera salido del armario, pero no tiene de que preocuparse. Quizá por la educación que me ha dado a lo largo de estos años, me gustan las mujeres casi tanto como a él. Y es que gracias a mi padre fue como conseguí acostarme con la primera.



Con catorce años yo era el típico adolescente pajillero que se pasa las horas muertas encerrado en el baño. Mi padre, quizá porque de joven había pasado por lo mismo, sabía perfectamente lo que hacía allí, así que en cuanto se percataba, se dedicaba a aporrear la puerta hasta que salía, para luego decirme a viva voz que me iba a quedar ciego de tanto pelármela. Yo no sé por qué razón pero a mi padre no le hacía ni pizca de gracia que yo me hiciera pajas. Y a esa edad tú me dirás...



El gota que colmó el vaso llegó un día que se vino a dormir a casa Luisma, un colega de mi edad. A la hora de acostarnos sacó de la mochila donde se había traído el pijama una Interviú, y al cabo de un rato empezamos a pajearnos a la salud de la señorita de la portada y de sus generosos pechos. No me acuerdo de quién era, pero sus morenos y grandes pezones los recuerdo como si los estuviera viendo ahora mismo. Total, que al cabo de un rato mi padre se debió de mosquear al ver la luz de mi cuarto encendida y nos pilló con las manos en la masa. Ni qué decir tiene que nos confiscó la revista y que nos obligó a dejar la puerta bien abierta de la habitación por lo que pudiera pasar. Además a mí al día siguiente me echó un largo sermón, pues aquello era una mariconada que él no iba a tolerar.



Tras un par de guantazos para asegurarse de que no lo iba a repetir, me dijo que no quedara esa tarde pues íbamos a ir a un sitio a que se me pasara la tontería. Después de comer me metió en el coche y fuimos a donde fuera. Yo no tenía ni la más mínima idea de hacía donde nos dirigíamos, conocía la carretera pero no había ningún lugar de interés por allí. No me atreví a preguntar, pues mi padre, sentado a mi lado, parecía seguir enfadado conmigo por lo de la noche anterior.



Dado que hacía bastante calor y que en el interior del coche nadie decía una sola palabra, acabé por dar una pequeña cabezadita. No sé el tiempo que estuve durmiendo, pero me desperté cuando noté que nos desplazábamos por un camino de tierra, a juzgar por los movimientos del coche. Abrí los ojos y descubrí frente a mi un edificio de ladrillo de dos plantas que no daba muy buena espina. La fachada estaba pintada de color crema, con las ventanas en un tono algo más fuerte, aunque en general se notaba que hacía años que no pintaban. Miré hacia arriba y vi un cartel de neón que rezaba "Club Nocturno La Sirena".



-Hijo, te he traído aquí para que sepas de verdad lo que es una mujer. Llevas unos meses matándote a pajas, y te digo yo que eso no es bueno. Y después de lo de anoche, no quiero te descarriles y te me vuelvas maricón, que a mi entonces me da algo. Por eso he pensado en pagarte una puta, como hizo mi padre conmigo, para que desfogues y se te vayan de una puta vez los pájaros que tienes en la cabeza.


-Ya papá, pero soy menor... –De mi boca sólo salió eso.


-Ya lo sé, hijo. Pero aquí me conocen y no me van a decir na. Ya verás como la Natacha te hace un hombre... Tú solo hazla caso a ella, ya verás como no te olvidas de esta. La muy guarra la chupa como nadie...



En este momento yo estaba atónito. No sólo se confirmaban mis sospechas de que mi padre le ponía los cuernos a mi madre yéndose de putas, sino que encima me hacía cómplice a mí pagándome una para que me desvirgara. Pensé en negarme, pero eso hubiera supuesto que mi padre dudara de mi sexualidad y me ganara una buena somanta de hostias hasta que cambiara de opinión.



-Por qué tú todavía no has metido en caliente, ¿no hijo?


-No papá... –Dije tímidamente.


-Pues mejor, así te estrenas con una profesional, que se las saben todas. Pero no te acostumbres, ¿eh?, que luego las tías son mucho más sosas y no se dejan hacer nada. Tú fóllate bien a Natacha, que ya verás como luego quieres repetir.



Salimos del coche y entramos decididamente al local. Mi padre saludó al portero con unas palmaditas en el hombro, y éste le respondió con una sonrisa de complicidad. Debía estar avisado de mi presencia. Nada más entrar el humo del tabaco de los clientes me hizo toser. El ambiente estaba muy cargado, la iluminación era escasa y la música apenas dejaba hablar. Mi padre me llevó hasta la barra, pidió dos whiskys con Coca-Cola y se fue a hablar con una chica que estaba sentada en una de las mesas del local.



Estábamos terminándonos el cubata cuando apareció otra chica, algo más joven, que inmediatamente se acercó a nosotros.


-Eres el hijo de Manolo, ¿verdad? –Me preguntó, forzando la voz para hacerse oír.


-Sí. –Dije yo sin mucho entusiasmo.


-Yo soy Natacha. Tu padre y yo somos viejos amigos, y me ha pedido un pequeño favor, ¿vienes conmigo?


-Vamos hijo, demuestra que eres todo un machote, como tu padre.



Me levanté del taburete y seguí a Natacha como pude, estaba algo mareado. Cruzamos unas cortinas, y tras zigzaguear por varios pasillos y subir a la planta superior, llegamos a lo que debía ser su dormitorio. Era un cuarto pequeño, amueblado con una amplia cama de matrimonio que se comía casi todo el espacio. Una coqueta con espejo junto a la ventana y un armario ropero completaban la estancia. Junto a la puerta había un pequeño aseo, al que me invitó a pasar para asearme mis partes.



Al salir, Natacha estaba sentada en la cama, esperando. Llevaba un camisón de gasa transparente, bajo el cual se dejaba entrever una sensual ropa interior. Su pelo oscuro cubría sus hombros, enmarcando sus rudas facciones. Debía tener unos treinta años, aunque tenía buen cuerpo. Estaba excesivamente maquillada, lo cual disimulaba sus rasgos y la daba un aspecto bastante artificial. Me la imaginé haciéndolo con mi padre, traicionando así la confianza de mi pobre madre, que no debía de tener ni idea de lo que estaba haciendo conmigo.



No sabía muy bien si quería aquello o no. La cabeza me decía que no, que no podía perder la virginidad así de cualquier modo, en un apartado tugurio y con una chica a la que acababa de ver por primera vez y que no era precisamente mi tipo. No podía escapar, pero estaba en una encerrona que no me gustaba nada. Sin embargo, ante la visión de aquella mujer dispuesta a follar con alguien que podía ser su hijo, mi polla comenzó a ponerse tiesa.



-Quítate la ropa y túmbate, que voy a darte un masaje. –Me dijo.



Obedecí sin saber muy bien por qué, me daba una vergüenza horrible desnudarme delante de ella. Me dejé los calzoncillos puestos y me tumbé boca abajo en el centro de la cama. Natacha se colocó a horcajadas sobre mi, de rodillas con una pierna a cada lado de mi cuerpo y me untó una loción aromática en la espalda. Pronto su masaje empezó a relajarme, hasta el punto de dejar de pensar en las circunstancias bajo las cuales había llegado a aquel cuarto.



Al cabo de diez minutos me colocó boca arriba, sentándose esta vez justo sobre mi evidente erección. Comenzó masajeando mis hombros y mis brazos, para ir bajando lentamente por mi pecho, mi abdomen, y finalmente mis muslos. Para entonces ya tenía la polla a punto de estallar, aquellas caricias me estaban excitando muchísimo. Cuando Natacha me quitó los boxers ni siquiera me dio vergüenza, sólo pensaba en desfogarme cuanto antes.



Aún con restos del aceite en sus manos, recorrió suavemente el tronco de mi rabo, deteniéndose especialmente en mis huevos. Me echó el prepucio hacia atrás un par de veces, como comprobando que deslizaba bien, para finalmente dejar el capullo al descubierto y metérselo de un golpe en la boca. No me esperaba aquello, y el calor de su boca rodeando mi polla me hizo pegar un sobresalto. Cuando empezó a chupar en serio, comprendí porque mi padre era infiel a mi madre con Natacha: sus mamadas eran insuperables. Apenas tardé un minuto en correrme en su boca, sin fuerzas ni siquiera para avisar.



-Por ser la primera vez, vale, pero la próxima avisas, ¿eh? –Dijo ella, escupiendo mi semen en un pañuelo de papel.


-Si si. –Respondí asustado. Ella debió notar que estaba visiblemente afectado.


-No te preocupes, más de uno lo hace en cuanto te descuidas. Lo tuyo ha sido un fallo y te perdono. Es tu primera vez, ¿verdad?


-Sí.


-Bueno, pues ya verás como no la vas a olvidar. Desnúdame ahora a mí.



Con las manos temblorosas la quité el camisón, mientras que ella se desabrochaba el sujetador. Sus pechos no eran muy grandes, pero no había visto otros en mi vida, así que me quedé un buen rato observándolos.



-Tócalos si quieres.



Pues mis manos sobre ellos con torpeza, sintiendo su suave textura. Tenía miedo de apretar demasiado, sus pezones estaban tan duros que debían incluso dolerle. El tacto era muy agradable, y la sensación de estar tocando a una mujer comenzó a excitarme de nuevo. Natacha agarró mis manos y recorrió su cuerpo con ellas, como enseñándome donde debía tocarla. Recorrió sus pechos y su espalda, para luego aproximarse lentamente a su entrepierna.



Se acarició usando mis manos, y pude sentir por primera vez lo que es tocar un coño. Ella me indicó un poco por encima lo que tenía que hacer para dar placer a una mujer, y lo fue poniendo en práctica según me explicaba. Primero metió mi mano dentro de sus braguitas y me hizo acariciar su clítoris. Estaba totalmente rasurada, lo cual hizo más fácil encontrar los puntos que ella me decía. Al cabo de un rato me dijo que estaba lista para recibir uno de mis dedos, así que tímidamente busqué la entrada a su vagina e introduje un poco mi dedo índice.



Aquello no debía estar gustándola demasiado, pues enseguida Natacha me cortó, y se levantó de la cama para coger una caja de preservativos que tenía en la coqueta. Tras darme un cursillo acelerado sobre como colocarse un condón, se sentó sobre mí y se introdujo mi polla de un solo golpe. Acaba de perder técnicamente la virginidad.



A pesar del plástico que nos separaba, podía sentir perfectamente las paredes de su coño rozando lentamente con mi polla. Natacha se movía despacio, de forma que el placer era más intenso y concentrado. Coloqué mis manos detrás de mi nuca y me olvidé de todo para centrarme en el primer polvo de mi vida, cortesía de mi padre. Era una prostituta, sí, pero aquello ya me daba completamente igual.



Si miraba hacía abajo, era como tener delante una película porno, con la imagen de mi polla entrando y saliendo de su coño una y otra vez. Sus pechos se bamboleaban al ritmo de sus movimientos, que comenzaban a ser cada vez más ágiles. Mi rabo estaba aún más sensible después de la primera corrida, sobre todo el enrojecido glande, pero eso hacía que mis sensaciones fuesen aún más intensas.



-¿Quieres intentarlo tú? –Me dijo al cabo de un rato.


-Bueno... –Respondí, aunque sin saber muy bien ni por donde empezar. Natacha permaneció sobre mí, así que comencé a mover mis caderas hacía arriba y hacía abajo con mucho cuidado de que no se me saliera.


-Eso es, así vas bien. Puedes ir un poco más rápido si quieres, aunque se salga no pasa nada.



Así lo hice, poco a poco cogí confianza y pude abandonarme de nuevo al placer que me daba aquello. El poder marcar yo la velocidad, y como y hasta donde la metía hizo aquello aún mejor, era como estar haciéndome una paja a mi mismo pero usando a una mujer. Ella apenas se movía, estaba recuperando fuerzas al tiempo que me dejaba a mí foguearme un poco. Aún así, los espasmos que su vagina producía apretaban y soltaban regularmente mi polla, algo que ninguna mujer con las que he estado ha sido capaz de repetir.



A mi me daba vergüenza gemir, sólo respiraba más agitadamente de lo normal, pero Natacha lo hacía sonoramente. Es evidente que estaba fingiendo, que sólo simulaba estar disfrutando para excitarme a mí, pero en aquel momento ni me preocupaba por eso, incluso me creía su escenificación. Por si fuera poco, también me decía guarradas del tipo "fóllame", o "que bien lo haces, niño", lo cual me ponía mucho más cachondo. Tenía una tía para mi sólo, y no paraba de pedirme guerra. Lo que iba a presumir con mis amigos de aquello...



Al ir marcando yo el ritmo podía controlarme mejor, y decidí no ir muy deprisa para no correrme enseguida. Era difícil, pues a más velocidad, más gusto daba, pero no estaba seguro de sí sería capaz de aguantar un tercer asalto, así que tenía que aprovechar al máximo el segundo. Cuando me pajeaba procuraba tardar lo menos posible, por aquello de que no me pillaran, y eso había hecho que me acostumbrara a correrme en dos o tres minutos.



-¿Quieres que cambiemos otra vez de postura? –Dijo ella oportunamente.


-Bueno –respondí dejando de embestir-, ¿cómo lo hacemos?


-Si quieres me pongo yo debajo y tú encima, es la más normal.


-Vale.


-Pero en esta tienes que trabajar tú sólo...



Ni siquiera me ayudó a volver a encontrar la entrada de su coño, y los numerosos intentos que tuve que hacer fueron de lo más frustrante. Aún así me vino bien, pues perdí algo de fuelle y pude retrasar mi eyaculación un poco más. Finalmente, y cuando estaba a punto de darme por vencido atiné, mi polla se adentró una vez más en aquella gastada vagina, que apenas apretaba pero que a mí me parecía el lugar más confortable del mundo.



En la postura del misionero me cansaba más, puesto que ya no bastaba con mover mis caderas sino que ahora tenía que desplazar todo mi cuerpo. Unido al miedo a que se saliera y no fuera capaz de volverla a meter, mis movimientos eran torpes, sin gracia y totalmente desacompasados. Aún así yo disfrutaba, sentía que iba en la dirección correcta y que si seguía así acabaría por correrme en no mucho tiempo. Mis huevos golpeaba contra la entrada de su coño, haciendo de innecesario tope dadas mis comedidas dimensiones viriles. Vamos, que por aquel entonces mi polla era un amago de lo que es ahora.



Estaba llegando al punto de no retorno, y dado que ya llevaba un buen rato arriba y mis brazos y piernas comenzaban a resentirse, decidí dejarme llevar. El condón seguía en su sitio, por ese aspecto no había nada que temer. Podía romperse, pero me lo había puesto ella y pensé que tendría la suficiente experiencia como para que aquello no ocurriera.



-¿Vas a correrte? –Dijo Natacha en vista de mi alborotada respiración y mis acometidas cada vez más duras y rápidas.


-Si, me queda poco. –Respondí casi en un susurro ahogado.


-Vale, pues si quieres sácala y te la chupo otra vez.


-No no, prefiero seguir. –La idea me tentaba, pero prefería que mi primer polvo fuese completo.


-Como quieras, pero cuando acabes sácala rápido, que luego se te desempalma en un momento y se cuela la leche.


-Si si...



Un par de embestidas más bastaron para que empezara a correrme como un loco, quedándome sin fuerzas al instante pero siendo capaz de seguir empujando sin saber como. Normalmente yo cuando me corría paraba de pajearme, pero esta vez no podía dejarlo, estaba como poseído y hasta que no descargué completamente no me derrumbé sobre Natacha.



Tan concentrado estaba que ni me había percatado de que no estábamos solos en la habitación, cuando me quité de encima vi que mi padre nos observaba de pie desde la puerta. Natacha debía haberle visto antes que yo pues le tenía de frente, pero yo no había oído ni la puerta al abrirse.



-¿Qué tal, chavalote? ¿A que esto es mejor que hacerse pajillas uno solo?


-Si... –Dije yo, aún tratando de recuperar el aliento.


-¿Qué tal se ha portado? –Dijo mi padre dirigiéndose a la prostituta. -¿Está a la altura de su padre o no?


-Hombre, todavía no, pero apunta buenas maneras... Ya has visto como se ha corrido, me ha aguantado mucho para ser la primera vez.


-Si es que aunque no quiera se le nota que es un Hidalgo, lleva mi sangre... Aunque todavía le falta para tener un pollón como el de su padre.


-¡Qué quieres, hombre! Si es un chavalillo... Bastante que está ya bien formado, que hay chicos de su edad que todavía tienen sólo una colita que no sirve ni para mear.


-Coño, pero es que este es hijo mío...


-Bueno Manolo, ¿te vas a animar tu también o me voy vistiendo?


-No no, prepárate que ahora voy yo. No veas lo burro que me puesto espiándoos.



Antes de terminar la frase, mi padre ya se había desabrochado la camisa, y se peleaba con la hebilla del cinturón. Todo su pecho estaba cubierto con una gruesa capa de vello, que se extendía por su tripa y le asomaba por encima de los boxers. En cuanto se los bajó, una polla muy gruesa y oscura saltó apuntando hacía arriba, rodeada de una mata de pelo aún más poblada. No debía ser mucho más larga que la mía, pero en grosor diría que incluso la doblaba.



Natacha debía conocer al dedillo los gustos de mi padre, pues sin decir nada se incorporó y se puso a chupársela como había hecho conmigo. Yo seguí tumbado sin saber muy bien que hacer, si hubiera sobrado me lo hubiesen dicho, pero aún así yo no me sentía muy cómodo. Estuve a punto de empezar a vestirme y salir aunque fuese al pasillo a esperar, pero mi polla tenía otros planes. Pese al esfuerzo anterior, se me empezó a poner dura de nuevo viendo como se la chupaban a mi propio padre.



-Joder hijo –Exclamó en cuanto se dio cuenta- te has quedado con ganas, ¿eh? Pues espérate que ahora me toca a mí...


-Ven, anda, que algo se podrá hacer. –Dijo Natacha.



Mi padre la agarró la cabeza y la acercó de nuevo a su polla antes de que pudiera añadir nada más. Me arrimé tímidamente a ellos, pues no quería interrumpir, pero en el fondo ardía en deseos de que me la volviese a mamar. Natacha me empezó a masturbar suavemente con la mano libre, y al cabo de unos segundos cambió de polla: empezó a chupar la mía y a cascársela a mi padre. No le debió parecer muy bien el cambio, pero me miró eufórico, enorgulleciéndose de que su hijo disfrutara de los mismos placeres que él.



La ardiente boca de Natacha se afanaba de nuevo en mi joven e inexperta herramienta, que respondía a sus lametazos con estremecimientos de gusto. Mi glande estaba enrojecido de tanto esfuerzo, pero me veía capaz de soportar un tercer orgasmo. Mi padre observaba con atención mis reacciones, imagino que comprobando si yo disfrutaba o no. Después de lo del otro día, aún debía pensar que su hijo era maricón. Y aunque me hubiera visto en acción, todavía tenía alguna duda.



Fuera como fuera, andaba muy cachondo, y quería meter cuanto antes. Natacha organizó la postura: yo me tumbé boca arriba, ella se puso a cuatro patas con la cara a la altura de mi polla, y mi padre la penetró desde atrás, aunque por el coño. Yo tenía la mejor vista, el dilatado chocho de Natacha palpitando al ritmo de las embestidas de mi padre. Sus peludos huevos golpeaban sonoramente a cada golpe, y yo estaba más atento a eso que a la mamada que estaba recibiendo.



Natacha me la estaba chupando como mejor sabía, pero era evidente que el estar siendo follada la distraía un poco. Mi padre gemía como un loco, y no paraba de decir guarradas cada vez más fuertes. Yo ya estaba totalmente desinhibido, así que no tuve reparos en gemir también, aunque de forma notablemente más discreta.



-Hijo, ¿qué tal vas?


-Bien, ¿por?


-Puf, porque estoy casi a punto de correrme. ¿Me cambias el sitio?


-Lo que quieras.



En realidad fue Natacha quien cambió de posición, se sentó sobre mí dándome la espalda, y mi padre le puso la polla en la boca para descargar dentro de ella. A mi no me quedaba mucho tampoco, pero me estaba costando más que las veces anteriores. Aun así, Natacha se movía sobre mí de forma magistral, controlando a la perfección cada músculo de su coño para dar placer. Oí a mi padre decir que se corría, pero yo ya estaba absorto en mi propio orgasmo.



Esta vez bastaba con estarme quieto y dejarme hacer, y así lo hice. El poco semen que era capaz de producir a estas alturas salió despedido sin muchas fuerzas, estrellándose contra el látex del condón. Mi padre, recuperándose aún de su corrida y disfrutando de los últimos lametones, observaba orgulloso como yo aprovechaba al máximo su regalo. Tres orgasmos eran más que suficientes para mi primera vez.



De vuelta en el coche, mi padre me hizo jurar que no le contaría lo sucedido a nadie. No estaba bien visto que un padre llevara de putas a su hijo para que se desfogara, pero según él, la gran mayoría seguía haciéndolo así y él no iba a ser menos. Yo en aquel momento se lo agradecí, pues es cierto que disfruté como un enano aquella tarde, pero más de una vez me he arrepentido de no haber perdido la virginidad por mi mismo. Sea como sea, aquello sirvió para que mi padre y yo afianzáramos nuestra relación, y de paso para darnos de vez en cuando un capricho y disfrutar del sexo uno al lado del otro.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Dios yo tambien tengo 14 años y suño con esto. Tambien me pajeo mucho y dos veces lo he hecho con amigos me gustaria tanto esto, a la Natasha le gustaria pk me mide 21cm

Anónimo dijo...

Con mi padre que hace años es viudo y está solo aún y yo todavía joven y solo,tenemos tanta confianza que una vez se nos ocurrió contratar el servicio de una puta para los dos, uuhh le hicimos hasta doble penetración vaginal.

Unknown dijo...

Nunca había leído tanto, cada vez más interesante . Sin duda alguna una experiencia para los vírgenes

coyopochtli dijo...

Debes contar esa historia

coyopochtli dijo...

Debes contar esa historia

Anónimo dijo...

Cuéntanos porfa

Todo asombroso