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Confesión

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Confieso, padre que he pecado.

¿Qué ha pasado hija? – contestó el padre con voz paternal.

He contestado mal a mi madre y robe un dinero que ella necesitaba.

¡Mmm! Has actuado mal hija... creo que mereces una penitencia.

¡Sí, padre! He actuado mal... dígame cual es la penitencia.

Reza diez Padres Nuestros y diez Ave Maria...

La pequeña se puso de pie y se encaminó hasta el altar en donde comenzó a rezar, el Padre salió del confesionario y se sentó a observar a la pequeña que estaba de espaldas a él e hincada sobre un cojinete, traía puesta una falda de color azul oscuro que le llegaba hasta las rodillas, sus muslos desnudos de blanca piel se apreciaban, traía calcetas blancas y zapatos negros, una blusa blanca; al parecer acababa de salir del colegio y había pasado a confesarse antes de llegar a su casa. Su cabello oscuro caía hasta llegar al inicio de sus caderas, la niña tenía la cabeza agachada y continuaba con su penitencia.

El Padre Gabino la continuaba observando sin hacer ruido, la niña continuó en lo suyo y al terminar se puso de pie, se persignó ante el altar y dio la vuelta, su cara era muy hermosa, ojos oscuros grandes, labios abultados y una bella nariz respingada, su fleco recortado le daba el aire de la niña que era. Su cuerpo era un poco llenito, no era gorda, solo bien proporcionada, bajo la camisa blanca se percibía su sostén de color blanco bajo el cual se apreciaban unos senos pequeños pero al parecer erguidos. La niña se encaminó por el pasillo hacía la salida e hizo una reverencia al sacerdote que la estaba observando, Mina pasó delante del clérigo y avanzó apenas unos pasos cuando escuchó.

Ya no te portes mal con tu madre hija...

No padre... dijo la niña.

Mina salió de la iglesia y se dirigió hasta su hogar, se sentía más reconfortada y se portó muy bien. Todas las noches la niña se hincaba ante su cama y rezaba antes de dormir.

Justo un mes después, Mina salió de la escuela y se encaminó hasta la plaza donde estaba la iglesia del pueblo, la pequeña entró en el vació recinto y camino hasta los confesionarios, entro en el pequeño habitáculo de madera y dijo:

Yo confieso...

No obtuvo respuesta y entonces salió y espero unos instantes sentada en una de las bancas de la galería. Estaba a punto de retirarse cuando escucho el eco de unos pasos que se acercaban desde atrás del altar. Por un lado salió el padre y vio a la pequeña que se encontraba sentada, ella lo siguió con la mirada mientras se le acercaba; el Padre Gabino era un hombre alto un poco gordito, de cara agradable con cabello aún oscuro y músculos fuertes, tendría unos cuarenta y tantos años y desde que ella recordaba siempre lo había visto en esa iglesia.

¡hola Mina! ¿Qué te trae por aquí?

¡Quiero confesarme padre!

¿Te has portado mal de nuevo?

Si. – contestó tímidamente la pequeña.

Bien, entra. – le dijo el sacerdote estirando su mano hacia el confesionario.

Observó a la pequeña sentarse en el confesionario y luego él entró y se sentó, una tela de color oscuro separaba al sacerdote del pecador, el cubículo en el que se encontraba el padre estaba protegido con un toldo y una cortina corrediza que lo volvía completamente oscuro por lo que nadie veía desde fuera al clérigo pero el si podía ver al pecador desde detrás de la tela porosa de color negro que los separaba. Aun sin mediar palabra vio el padre que la blusa de la chiquilla se desacomodaba por la posición en la que se encontraba y alcanzó a apreciar un poco de sus sostén, la falda también se levantaba y dejaba ver un poco de sus piernas, casi la mitad.

Yo confieso – comenzó la pequeña – que he pecado...

¿Qué ha pasado esta vez? – le pregunto el sacerdote.

He vuelto a robarle dinero a mi mamá. – contestó la pequeña un poco tímida.

Muy mal hija... has reincidido en el mismo mal...

Si padre... que debo de hacer...

¿Para que necesitas tu ese dinero pequeña?

Lo uso para comprarme ropa o zapatos... usted sabe...

Muy mal hija... creo que tu castigo esta vez será más severo...

¿Que tengo que hacer padre?

Mira... has incidido en el pecado y eso es muy malo... acompáñame.

El Padre abandonó el confesionario y la niña un poco desconcertada lo siguió, el sacerdote se internó por un costado del altar hacia la parte trasera de la iglesia, la niña lo seguía sin decir palabra, pasaron por un angosto pasillo y luego llegaron a lo que al parecer era la oficina, el padre continuó su camino sin detenerse e ingresó en un puerta que estaba a un lado de dicha oficina, en ella habitares puertas, una por la que habían entrado y otras dos, Mina supuso que una las dos puertas llevaba a uno de los patios laterales de la iglesia y que era la entrada a la oficina sin pasar por el altar. Cuando mina entró en la habitación a donde había entrado el padre Gabino supo que era la casa sacerdotal en la parte trasera de la iglesia.

Toma asiento hija. – le dijo el Padre.

La niña se sentó en un cómodo sofá y el sacerdote se sentó frente a ella, entonces comenzó a platicar con ella.

Hija, no debes de robar a tu madre... hay cosas que se pueden conseguir sin necesidad de robar.

Si padre, lo que pasa es que....

No te preocupes hija, vamos a encontrar la forma... ¿ya veras?

Lo sé padre, solo es que no pude evitarlo.

El sacerdote se levantó y cruzó la sala para sentarse al lado de la pequeña, se acomodó justo al lado de ella y posó una de sus manos sobre la blanca rodilla de la niña, ella al instante y por instinto cerró un poco la delicada abertura de sus rodillas y se puso un poco nerviosa, el padre continuó.

Bien hija, como te decía... robar es malo y deja pocas satisfacciones... ¿comprendes?

Un poco Padre... – dijo con voz titubeante.

Bien... veras... yo necesito de alguien que venga a trabajar aquí, de forma discreta ¿sabes?... alguien que se encargue de algunos trabajos. – le dijo moviendo su mano por la parte interna de su pierna y subiendo hacia su muslo.

¿Y yo que haría? – dijo la niña viendo como su falda se iba levantando mientras la mano del padre la acariciaba.

Yo te iría enseñando... – detuvo su mano y solo movió los dedos sobre la tibia carne – seria algo fácil y te va a gustar ¿ya veras?

No sé... – dijo Mina dudando.

No hay más que hablar pequeña, es la forma de limpiar tus pecados... te espero mañana a las cuatro de la tarde...

La voz del cura era concluyente, Mina estaba muy nerviosa mientras sentía la mano del sacerdote acariciando su muslo, no pudo reaccionar, se quedó inmóvil y solo asintió con la cabeza, el padre la miraba directamente a los ojos y ella bajó la vista y se topó con la mano que la acariciaba, sentía miedo pero a la vez algo raro que la hacía disfrutar; el padre retiro su mano del bello muslo dejando a la vista la desnuda piel y la falda un poco levantada. Mina se levantó y acomodo su falda.

¿Y?... – preguntó el párroco.

¡Sí!... – dijo la niña con voz casi inaudible – mañana...

Mina salió de la iglesia sintiendo que las piernas le temblaban y que avispas revoloteaban en su estomago, era una sensación que hasta ahora nunca había experimentado; caminó despacio hasta su casa y después se adentro en su habitación pensando en la platica que había tenido con el sacerdote. Luego de casi una hora su madre la llamó para comer y la niña salió y se sentó en el lugar de costumbre, estaban ya a la mesa su hermano y su madre, su papá seguramente se encontraba en el trabajo. Durante ese día todo transcurrió normalmente y al siguiente como de costumbre la niña se levantó temprano para acudir a la escuela.

Eran las tres de la tarde cuando Mina salió del colegio, se encaminó con varias de sus amigas e iban platicando de sus novios, todas las chiquillas reían mientras caminaban, una a una las niñas se fueron desviando cuando llegaban a las calles que las llevaban a sus casas, solo quedaban Mina y Ana cuando pasaban justo frente a la iglesia del pueblo, Mina le dijo a su amiga que iba a pasar a confesarse y se despidió de ella, eran apenas cuarto para las cuatro. Mina se encaminó hasta el interior de la iglesia y se despojó de su mochila, como siempre la dejó detrás de la puerta principal de la iglesia, oculta donde nadie entraba. La pequeña se encaminó hasta el altar a donde vio que el Padre estaba preparando algunas cosas para la misa de la tarde.

El padre escucho los pasos de la pequeña y volteó, la saludo desde el altar y se encaminó para encontrarse con la pequeña.

Que bueno que ya llegaste...

Si... ¿que hay a hacer? – dijo y sintió que las mismas ansias de ayer regresaban.

Ven... hay que apurarnos...

El sacerdote tomó por la mano a la niña y ambos pasaron por detrás del altar hacia la casa sacerdotal, al entrar el padre cerró la puerta detrás de él, le pidió a la pequeña que se sentara mientras que el se iba a un lado de ella. Se sentó justo donde se había sentado ayer y nuevamente la mano del sacerdote se posó sobre su rodilla, esta vez no había palabras de por medio, la mano subió hasta el mismo lugar de su muslo pero ahora no se detuvo, siguió avanzando hasta rozar la entrepierna de Mina. La niña respiraba con suma dificultad y sentía que el corazón le latía apresuradamente. La mano del cura se movía ahora sobre sus bragas y ella volteó a ver que su falda ya se encontraba subida hasta la parte alta de sus muslos. Sus bragas blancas se mostraban.

El cura tomo con la otra mano su cara y la hizo voltear hacia arriba quedando ambos cara a cara, el Padre se acercó a la niña y deposito sus labios sobre los de ella, no sabía que hacer. Sintió que la lengua del Padre se introducía en su boca y comenzaba a moverse, luego el hombre se separó unos segundos y le dijo que moviera su lengua también. Mina obedeció y comenzó a juguetear con la lengua del sacerdote. Sus besos se comenzaron a hacer más profundos conforme ella iba asimilando la idea.

¿Te gustó? – pregunto el padre.

La niña solo movió la cabeza afirmativamente. No había más que esperar, el padre la volvió a besar y esta vez su mano comenzó a desabotonar su blusa, lentamente la tela fue abriéndose y su blanco sostén quedó al descubierto. Ya no pensaba ahora la niña solo se dejaba llevar por las caricias que le hacía el sacerdote, el último botón de la blusa fue desabrochado y el padre sacó la camisa de entre la falda y su piel, a los pocos segundos la camisa cayó al suelo. La blanca piel de la niña quedaba al descubierto y solo mostraba en la parte alta su sostén blanco, la mano del cura palpó cada uno de sus senos con suavidad, ella soltó un gemido al sentir que la mano la acariciaba. Un remolino de sensaciones la invadió.

Mina sintió como el cura se inclinaba detrás de ella y comenzaba a zafar su brasier, al poco rato los senos blancos y pequeños de la niña se mostraban orgullosos en toda su lozanía, el padre se agachó y lamió el pezón que en poco tiempo se comenzó a poner duro. Su color crema apenas se diferenciaba del de su blanca piel, su pecho subía y bajaba prontamente por la respiración agitada de ella, las manos del cura ahora hincado delante de ella y chupándole las tetas se aferraron a la parte trasera de su falda buscando el botón para desabrocharla. Las diestras manos del cura lograron su objetivo y lentamente fue haciendo descender la prenda por los muslos de la niña, se veía deliciosa, el cura se separó de su presa por unos instantes y se puso de pie. Se quitó la sotana y quedo solo en camiseta y pantalón, bajó el cierre de su pantalón y busco dentro, al poco tiempo salió a la luz una gruesa y dura verga que se bamboleaba delante de la carita de mina que no le quitaba la vista de encima, nunca se había imaginado eso.

Mira pequeña.... es lo que vas a probar... es mi baculo

Esta muy grande... – dijo la niña temblorosa.

Quiero que te acerques y abras tu boquita...

Mina sintió un poco de miedo pero obedeció al sacerdote y esté le acercó su garrote erecto, la niña no le quitaba la vista y fue observando como la rojiza cabeza se acercaba lentamente hasta su boca, intentó cerrarla pues sintió miedo pero el cura le volvió a recordar que la abriera. Sintió como la caliente carne se posaba entre sus labios y se iba introduciendo lentamente en su boca. El Padre le iba dando instrucciones mientras sus manos sujetaban la oscura melena lacia de la niña y seguía empujando su tranca.

Mina sintió un par de arcadas cuando la gruesa cabeza le llegó hasta la garganta, se había tragado casi la verga por completo, el cura la retuvo y le comenzó a guía en los siguientes movimientos. La cabeza de mina se retiro un poco logrando sacar el caliente trozo de carne un poco pero luego volvió a introducírselo, lo estaba haciendo justo como el padre le decía. El sabor agridulce del pene en su boca no le desagradaba por completo pero tampoco le agradó mucho, solo siguió las instrucciones del cura a sabiendas de que iba a obtener el perdón por robar a su madre. Las entradas y salidas del duro instrumento se prolongaros por unos diez minutos y después la pequeña comenzó a sentir que un liquido viscoso y caliente le inundaba la boca. Trató de tragar lo más que pudo y un intenso sabor le invadió el gusto, era algo raro, algo que nunca había probado.

Largos gemidos de placer escapaban de la garganta del padre mientras que su cabeza estaba echada para atrás y movía sus caderas a buen ritmo haciendo que su nabo entrara y saliera con velocidad de la cálida boquita de Mina. La caliente leche del cura se desparramaba por la comisura de los labios de la pequeña y algunas gotas caían sobre sus piernitas blancas. El padre Gabino hizo los últimos movimientos de bombeo dentro de la boca de la pequeña que ya había tragado buena parte del esperma. El cura sacó su verga de la boquita, ya estaba flácida y vio a la niña con su carita perpleja por lo que acababa de ocurrir.

¿Te gustó? – le dijo mirándola a los ojos.

No sé... nunc....

No te preocupes ya iras aprendiendo, yo te voy a enseñar. – le dijo acariciando su carita. – ahora es tu turno... te va a gustar.

El sacerdote recostó a la chiquilla contra el respaldo del mullido sillón y nuevamente se volvió a hincar frente a ella, esta vez le bajó las bragas, la niña quedo desnuda en su totalidad, las manos de él se pasearon por toda la longitud de sus piernas hasta llegar a su panochita, la acaricio delicadamente pasando sus dedos por los redondeados contornos de los labios al juntarse, la rayita de la niña estaba muy cerradita pero lentamente se fue abriendo a cada caricia que el cura le daba ahí. Después Gabino acerco su cara a la entrepierna de la niña y pudo percibir ese picante aroma del que tantas otras veces había disfrutado. Rico aroma a nena... virgen y ardiente, pensó. Pasó su lengua a lo largo de la abierta rajadita y la niña respingó un poco al sentir la humedad que la recorría; cerró sus ojitos y se dedico a encontrarle alguna explicación a lo que estaba sucediendo. No fue mucho tiempo lo que pensó pues en pocos minutos la chiquilla comenzó a experimentar una sensación tan agradable como nunca antes había sentido.

¡Ahhh! – fue lo que escapó de su garganta.

El sacerdote se dio cuenta de que iba por buen camino y arremetió al mismo lugar por donde instantes antes había pasado su lengua, otro gemido de la niña, el cura siguió moviendo su lengua con rapidez a lo largo de la rayita y esta vez después del gemido la tensión en las piernitas de la chiquilla le indicó que ella estaba teniendo su primer orgasmo.

¡Ohhh! Si... que me hace padre... padre...

Las palabras escapaban de los labios de la pequeña sin que ella se diera cuenta, sus sentidos estaban nublados y un intenso calor la recorría desde la base de su vagina hasta la nuca. Sintió que sus caderas se movían a ritmo con la lengua del cura que la estaba llevando a conocer la mismísima Gloria. Sus manos se apoderaron del cabello del cura y trató de hundirlo más en su concha, la sensación se estaba prolongando por lo que parecía toda una eternidad pero ella no quería que esto terminara.

Sentía su vagina completamente encharcada y también sentía como la lengua del Padre Gabino se paseaba una y otra vez recogiendo lo más que podía de esos líquidos, una punzada en su ano le indicó que algo la había penetrado, era un dolor leve que tampoco había experimentado antes, unos segundos después supo lo que era, un dedo del cura estaba entrando y saliendo de su culo a velocidad moderada. La sensación del placer se convino con el dolor haciéndolo casi imperceptible y se dejó llevar por la sensación.

Poco a poco la calma fue llegando al cuerpo de la niña, el padre ya se había separado de su cuerpo y la observaba parado frente a ella con la verga de fuera y colgando de sus pantalones, la veía con amor y ella le devolvió una mirada de agradecimiento por el agradable placer que le había proporcionado. Él sonrió levemente.

Veo que te ha gustado hija... que bueno, no esperaba menos – la niña solo lo veía también con una tímida sonrisa dibujada en sus carnosos labios. – Ven ponte de pie.

La pequeña obedeció y se paró frente al cura, este la atrajo hasta sí y la beso en la boca, su lengua volvió a recorrer su boca y ella esta vez respondió. Las manos del sacerdote se pasearon por la delicada espalda de la niña y bajaron hasta llegar a sus nalgas, palpó los cachetes y paseó uno de sus dedos por el canal que los separa hasta el ano. Luego sacó de sus bolsillos un billete y lo depositó sobre las prendas de la niña.

Como este vas a tener más si sigues viniendo... eres divina... ¿Cuántos años tienes Mina?

¡Dieciocho! – contestó la pequeña.

¡Que rica estas! Ahora te voy a ayudar a vestirte y te espero aquí el lunes... ¿estas de acuerdo?

Si...

El padre se agachó y tomó el sostén de la niña, acarició sus senos y luego se lo colocó, ella abrocho el sostén, luego las bragas, la niña levantó primero un pie y luego el otro, el padre subió la prenda hasta tapar su lampiña vagina. Continuó vistiéndola hasta terminar la labor, luego la volvió a acercar a él y se volvieron a besar con intensidad mientras que las manos del padre se paseaban por sus carnes pero ahora solo por encima de la ropa.

Otra cosa hija...

¿Dígame?

Esto no se lo debes de contar a nadie... ni a tu madre, ni a tu mejor amiga... ¿De acuerdo?

Si Padre...

Esa tarde la niña regresó a su casa con muchas cosas agolpadas en la mente, nunca había imaginado sentir cosas como las que el sacerdote le había echo, en parte le gusto pero aun tenía miedo.

El lunes puntual la niña llegó ha la iglesia, eran las tres cincuenta y cinco, se adentro por el salón y no vio al cura, se encamino hasta la parte trasera del altar llamando al padre con voz queda. El padre salió desde uno de los pasillos laterales y se alegró de ver a la niña que venía por más, traía puesto su uniforme escolar, al verla sintió que la sangre se le agolpaba en la entrepierna. Inmediatamente la hizo pasar al interior de la casa y volvió a cerrar la puerta; esta vez no se quedaron en la sala sino que la hizo pasar hasta su dormitorio, al entrar se colocó detrás de ella y comenzó a amasarle las tetas por sobre la camisa escolar blanca mientras le besaba el cuello.

¡Que rica estas Mina! Me encantas.

La niña sintió que la verga del Padre se restregaba entre los cachetes de su nalgas, nuevamente comenzó a sentir que se ponía nerviosa. Las manos del cura eran hábiles y ya estaban desabrochando los botones de su camisa. La camisa de la niña voló por el aire y fue a caer en una silla, el padre la hizo volverse y ambos quedaron frente a frente, se besaron como antes el padre le había enseñado. Sus lenguas se enroscaban la una con la otra, las manos del cura le recorrían las nalgas por sobre la tela de la falta, luego buscó el botón de la misma y la hizo caer al suelo cuando lo soltó. Las bragas blancas de la niña eran de algodón y el Padre paseó sus manos por toda la prenda disfrutando del calor del joven cuerpo de Mina.

El padre se sacó el habito y lo aventó hasta la silla donde había caído la camisa de la niña, luego se desabrochó el pantalón y lo dejó caer al igual que la falda, se bajó los calzoncillos y su erecta verga quedo al aire, bamboleándose como si fuera un resorte el que la movía. El sacerdote tomó la mano de la pequeña y la puso sobre el caliente tronco de su ariete le pidió que se la moviera de adelante para atrás mientras continuaban besándose, la niña apenas y abarcaba la gruesa barra de carne con su manita. Luego de unos minutos el cura se separó de la niña para terminar de desnudarla y la hizo recostarse en su cama, el se acomodó entre las piernas de ella y abajo y sin mayor aviso le comenzó a comer la concha. La chiquilla se retorcía sobre el lecho disfrutando de la formidable mamada que le diera el padre, pronto alcanzó el tan anhelado orgasmo que nuevamente la hizo gemir y perderse en el placer que días antes hubiera experimentado por vez primera.

Después de descansar solo un par de minutos el Padre la levantó y le dijo que ahora era el turno de él, la niña comprendió de lo que se trataba, el cura se recostó dejando su verga recostada también sobre su estomago, casi le llegaba al ombligo. Nerviosa la niña tomó con su manita la gruesa daga y la paró, luego acercó su carita y lentamente la fue haciendo entrar en su boca, comenzó a bombear cuando la mitad de la verga ya se había perdido en la humedad de su boquita, esta vez lo hizo con menos asco que la anterior y hasta comenzó a encontrarle un sabor más agradable al tronco cabezón que estaba chupando. Sabía que en cuestión de minutos la verga le daría su leche y se estaba preparando pero esta vez no fue así; el padre la detuvo después de unos minutos y esta vez le preguntó:

¿Ya has tenido la regla?

No... – comento la pequeña un poco sacada de sitio.

Esta vez el padre la volvió a recostar de espaldas y el se acomodó entre sus piernas pero esta vez apuntando su morada cabeza contra los abultados labios vaginales de la niña.

Esta vez vas a gozar más hija... pero ya sabes que todo goce tiene un sacrificio.

La niña no comprendió muy bien las palabras del padre pero pronto lo haría. El grueso nabo del cura empujó contra los carnosos labios vaginales y lentamente estos se lo fueron tragando, la niña experimentó una extraña sensación al sentir que la barra de carne avanzaba en sus entrañas. El padre se detuvo cuando sintió el himen de la pequeña detener su avance, ahora la chiquilla ya tenía cara de extrañeza y un poco de dolor. Sin mediar palabra con la niña el sacerdote le dejó ir de un solo golpe medio nabo. La niña grito fuertemente y comenzó a llorar al sentir el fuerte arponaos que la acababan de dar en su entrepierna, era un intenso dolor agudo que le recorrió toda la espina, quería que se la sacara pero el padre la estaba sujetando con fuerza, no se movía esperando que la niña se calmara. Mina se calmo pasados unos minutos pero aun seguía sollozando, el cura tenía ya experiencia y sabía que después de romper la membrana el dolor no menguaría en su totalidad pero después de bombear le vendría un orgasmo que la haría olvidar el dolor por el que había pasado. Las caderas del cura se comenzaron a menear de nuevo enterrando lo más posible su dura tranca; un hilillo de sangre manchó la colcha del sacerdote. El continuó metiendo más y más su nabo dentro del delicado cuerpo de la pequeña, el dolor menguó un poco pero aun se percibía, la niña sentía algo extraño ahora, el grueso báculo del cura la estaba partiendo pero un leve mezcla de placer con el dolor comenzaba a hacerla mover su cuerpo. La daga se incrustaba ahora casi hasta perderse aunque todavía quedaba un buen trozo fuera.

El cura bombeó a la niña cerca de diez minutos pero no consiguió meter todo su garrote dentro de la apretada y dolorida panocha de la niña, los movimientos aumentaron de velocidad y ella comenzó a experimentar que el dolor iba desapareciendo y en su lugar una agradable sensación de calor la comenzaba a invadir; el orgasmo fue intenso, de su garganta se dejó escapar un gemido de autentico placer, el dolor desapareció por completo para dar cabida a esa extraordinaria sensación, sus jugos mojaron toda la daga del cura que continuó moviéndose cada vez más rápido y pocos segundos después la niña sintió como un intenso y agradable calor la inundaba por dentro, la espalda del cura se retorció hacia atrás y sin dejar de bombear en el apretado coño descargó la totalidad de sus carga que pronto comenzó a escapar por los pliegues resbaladizos de la vagina, largas cotas de esperma se escurrieron hasta mojar la cama. Mina sintió algo rico cuando el cura se vino en su interior, le gustó.

Las caderitas de la niña se movieron instintivamente para encontrarse contra los ataques que le daba el párroco pero ya la tranca de él iba perdiendo su dureza, las últimas arremetidas contra la conchita lampiña de la niña fueron más lentas, solo para disfrutar del agradable calor que el interior de esa concha proporcionaba al ahora guango pene.

El Padre Gabino se dejó caer a un lado de la niña y la besó en los labios mientras le acariciaba las insipientes tetas, la respiración de la pequeñita era aun agitada y estaba ella envuelta en un mar de confusiones y sensaciones que no lograba comprender bien. Poco después el cura le ayudó a vestirse y él mismo se vistió, le arreglo el cabello desaliñado y la despidió, pidiéndole que regresara el próximo viernes para una nueva sesión; Mina salió de la iglesia sintiendo que las piernas se le doblaban y un ligero ardor en la entrepierna, cuando llegó a su casa se metió al baño e inspeccionó su adolorida vagina, la vio rojiza y comprendió que era una mancha de sangre, los labios estaban muy sensibles y decidió no tocarlos más, luego orino y la orina salió mezclada también con un poco de sangre; la experiencia había sido dolorosa pero después la sensación del orgasmo la había transportado a otra dimensión y pensó que por eso valía la pena seguir viendo al cura.

El viernes al salir de la escuela a Mina se le retorcía el estomago por el nerviosismo que sentía, estaba deseando verse con el cura para gozar de nuevo de las cosas que le hacía, la niña se encaminó como de costumbre con sus amigas las cuales poco a poco se fueron quedando durante el trayecto, por fin la niña divisó las torres de la iglesia y se encaminó por el atrio hasta el interior. El padre estaba sentado en el confesionario y una mujer de edad se confesaba, la cortinilla estaba abierta y cuando la vio le hizo una seña para que se fuera directo hasta la casa trasera, la niña siguió el camino que ya otras ocasiones había recorrido y después de unos instantes entro en la sala de la casa sacerdotal, una sorpresa le espera y no supo que hacer, se quedo parada en la entrada.

Entra hija... ¿Qué pasa?

Una joven monja estaba terminando de hacer los quehaceres de la casa y Mina se sorprendió de verla ahí ya que no esperaba que hubiera nadie, la monja la hizo sentarse y la niña un poco cohibida siguió sus instrucciones, la monja continuó con sus tareas mientras que Mina la observaba silenciosa, pasaron unos diez minutos y luego llegó el cura, al entrar como de costumbre cerró las puertas y Mina creyó que no se había dado cuenta de la presencia de la monja y le hizo una seña.

No te preocupes Mina... Laura ven aquí.

Si padre – dijo la monja y se acercó.

El cura estaba sentado en el mullido sofá y la monja se puso de pie delante de él, al instante las manos del prelado se apoderaron de las piernas del a monja por encima del largo vestido negro, la niña se sorprendió, las manos se movieron por el largo de las piernas y muslos hasta llegar a las nalgas, lentamente las amasó con movimientos circulares y después fue levantando la falda, la niña apreció las blancas piernas de la monja que iban quedando al descubierto, el padre levantó la falda hasta mostrar las bragas de la hermana y luego acaricio de nuevo las nalgas mientras que la monjita sujetaba su falda alrededor de su cintura, luego jaló las bragas blancas para dejar desnudas las hermosas nalgas de la mujer, sus manos se pasearon por la hendidura del culo y buscó el ano para incrustarle un dedo, la monjita gimió al sentir como la iba penetrando. Mina no podía creer lo que estaba viendo y sintió que su excitación comenzaba a incrementarse. El padre la llamó para que se acercara y la niña lo hizo, vio de cerca la bella cara de la monja enmarcada por el habito que la rodeaba, no veía aun su cabello ya que estaba oculto bajo la tela, pero su cara era hermosa.

Poco a poco las prendas de la hermosa monja fueron desapareciendo hasta que quedó por completo desnuda, era una joven como de unos veinte años, después Mina se enteró que ella se llamaba Laura y que al igual que ella desde niña se veía con el cura en esas situaciones y que cuando creció decidió meterse de monja para así poder seguir gozando de las caricias del Padre Gabino y además alegrar a su familia que era muy religiosa y que desde siempre deseo que Laura se entregara a Dios.

El cuerpo de la mujer era hermoso, senos bien proporcionados y bien cuidados, respingones, con unos pezones duros como la piedra y puntiagudos de un color café claro que destacaba claramente de su blanca piel, su cabello oscuro y largo le llegaba hasta la espalda, justo donde iniciaban sus nalgas. Laura comenzó entonces a desnudar a Mina y ella se dejó levar por las expertas manos de la monja, el cura se desvistió el solo y cuando todos estuvieron desnudos se encaminaron hasta el cuarto del cura.

Tras entrar el Padre se recostó en la cama con su tolete apuntando al techo, Mina se quedó parada a un lado de la cama y Laura se colocó detrás de ella, le comenzó a besar el cuello mientras que sus manos se apoderaban de los crecientes pechos de la niña, se los amasó con maestría y logró ponerle los pezones tan duros que Mina sentía que le iban a estallar, los besos de la monja en su nuca la estaban poniendo en extremo caliente y sintió que algo de jugo comenzaba a escurrir por entre los labios de su vagina. Mina sintió como la peluda pepa de Laura se restregaba contra sus nalgas y le agradó a lo sumo la sensación, paró un poco más su culito para sentirlo mejor.

El Padre Gabino se masturbaba mientras observaba como las dos se estaban dando calor, su mano gruesa corría por todo lo largo de su tronco y jalaba la piel para dejar al descubierto la purpura cabeza de su miembro, luego regresaba y tapaba con la piel el glande, sus bolas peludas se bamboleaban para arriba y para abajo al ritmo de sus jalones.

Laura dejó su posición detrás de Mina y se paró frente a ella, su boca buscó la de la niña y ambas se comenzaron a besar, para la niña en otra situación aquello hubiera sido inconcebible pero ahora sentía que era delicioso, nunca en su mente había planteado la situación de besarse con otra mujer, pero ahora pensaba que era lo más sabroso que había experimentado. Laura fue descendiendo por su cuello y pronto se encontró mamando las tetas de la niña, sus pezones eran en verdad sabrosos, la niña cerró sus ojos para disfrutar a pleno de esas caricias; Laura siguió bajando después de dejar los pezones completamente erectos y luego quedó sentada sobre el suelo de la habitación, hizo que la niña separara bien las piernas así de píe y su cara se perdió entre ellas, la niña sintió como la lengua de la monja se introducía entre sus carnes y comenzaba a hurgar por toda su rajada, de inmediato una extraordinaria sensación invadió todo su cuerpo y en menos de dos minutos le estaba regalando a Laura una incesante cantidad de fluido que salía de su interior. Los gemidos de la niña eran fuertes y no daban lugar a duda de que lo estaba disfrutando a fondo. La experta lengua de Laura la estaba llevando a otro orgasmo más y tan rápido que no hubo pausa entre uno y otro, la bella monja se bebió cada una de las gotas de néctar que manaron de la lampiña grupa de la niña de dieciocho años.

Después Gabino el sacerdote recostó a Laura sobre la cama e hizo que Mina se empinara entre las piernas de la mujer, la niña sabía lo que tenía que hacer y con un poco de inexperiencia comenzó a lamer la concha peluda que tenía en frente. También sintió que el Padre se acomodaba detrás de ella y la sujetaba de las caderas mientras que su daga comenzaba a penetrar su apretada rajadita, la humedad que ya antes había expelido por las mamadas de la monja facilitaron la penetración del grueso y cabezón tolete del cura y pronto sintió su interior irse abriendo al paso del garrote. Al poco los movimientos del vaivén la estaban acorralando en otro orgasmo que ella no pudo gritar pues su boca estaba ocupada con el clítoris de la monja que le iba dando instrucciones de cómo debía hacerlo.

Laura llegó al orgasmo gracias a la boca de la niña y después de que ambas descansaron unos segundos cambiaron de posición, esta vez la niña se recostó boca arriba en la cama y la monja sobre ella, ambas haciendo un sesenta y nueve, el Padre se acomodo detrás de Laura y Mina fue testigo de cómo la gruesa daga del cura se iba introduciendo en su panocha, luego los movimientos de entrada y salida mientras que ella se dedicaba a mamar el henchido clítoris de la hermosa joven. Pasados unos cinco minutos el padre Gabino comenzó a venirse en el interior de la monja, la leche comenzó a salpicar la cara de la niña y el cura le pidió que le chupara toda la leche que salía de entre la vagina y la verga de él. La lengua de Mina se concentro entonces en lamer a la vez el tronco que seguía entrando y saliendo y los pliegues de los labios vaginales que se estiraban y contraían a cada bombeo.

Mina vio como la daga de cura salía ya flácida del túnel caliente de la monja, ellas se siguieron mamando un rato más hasta que ambas alcanzaron un nuevo orgasmo, luego Laura se hinco delante de la cama, Gabino estaba sentado a su frente, la monja llamó a la niña y entre las dos comenzaron a mamar la guanga macana del cura, gracias a las bocas y lenguas de las dos jovencitas la daga fue adquiriendo de nuevo sus dimensiones al estar erecta y esta vez el padre le ordenó a Laura que preparara a la niña.

Mina no entendió pero Laura la hizo colocarse a cuatro patas a la orilla de la cama, las nalguitas redondas de la niña se moldearon hermosas al quedar en dicha posición y mina entonces se hincó detrás de ella, su lengua recorrió la panocha de abajo para arriba hasta llegar al ano y entonces se dedicó por completo al pequeño agujero. Poco a poco uno y luego otro los dedos de la monja se incrustaron en el culito de la niña, cuando Laura consideró que ya estaba lista llamó al cura que las veía desde atrás mientras se meneaba su tranca. El Padre se acercó hasta colocarse justo detrás de la niña y entonces la monjita le mamó la verga para dejársela bien ensalivada, el cura apuntó entonces al apretado culito de Mina y hundió con fuerza la cabeza en el forzando la entrada posterior de la pequeña; de inmediato un agudo dolor se apodero del culo de Mina quien trató de zafarse sin conseguirlo pues entre Laura y Gabino la tenían firmemente sujeta.

La niña gritó y lloro pero la verga avanzaba inexorablemente por su estrecho ano; poco a poco la daga fue ganando terreno mientras Mina lloraba a mares, por fin la verga después de unos quince minutos había logrado la penetración total. El cura se quedo quieto esperando que Laura calmara a la cría y cuando más o menos lo consiguió comenzó a bombearla lentamente, el ano de la niña apretaba deliciosamente y el cura tuvo que detenerse en varias ocasiones para evitar eyacular antes de tiempo. Pasados unos treinta minutos el culo de la niña ya se había acostumbrado a la sensación y se dejaba culear ahora sin más intentos de zafarse. Mina logró dos orgasmos durante el tiempo que duró la penetración y al final sintió como la caliente crema del cura le llenaba el ano del sumo que antes le hubiera llenado la panocha.

Así se vieron casi tres meses, cada tres o cuatro días la niña iba a confesarse a la iglesia, a veces estaba también Laura. Mina disfrutaba ahora más de cada encuentro y aunque el cura aun no lograba metersela por completo en la panocha ya había logrado avanzar un poco más, fue en una de esas visitas que el Padre Gabino la presentó con el presidente municipal del pueblo y los dejó a solas, el presidente aprovecho para hacerle de todo y después de coger con la niña se fue de la iglesia, Mina no sabía lo que había pasado, después entró el cura y le explicó que el presidente municipal era su amigo y que a veces venia a visitarlo, que en esas ocasiones ella tendría que estar con él, claro a cambio el buen ciudadano presidente municipal dejaba para la niña una muy buena propina y claro otra para el sacerdote. Mina después descubrió que el padre tenía muchos amigos y claro se tuvo que acostumbrar a sus visitas que cada vez se hicieron más frecuentes pues la chiquilla se convirtió rápidamente en una más de las "putitas del cura" como se enteró después de que cumplió los veinte años. Los hombres más acaudalados del pueblo y alrededores acudían a las confesiones especiales del padre en donde varias niñas prestaban sus servicios para ellos, cada uno tenía ya a sus preferidas después de probar a varias.

A los veintitres años Don Abel uno de los caciques más acaudalados de la región se enamoró de Mina, ella comprendió que con el cacique estaría muy bien y que no le faltaría nada durante el tiempo que le durara el enamoramiento, en secreto la niña escapó en complicidad con el cacique que la recibiría en una de sus fincas y vivió con el, en realidad el cacique se enamoró perdidamente de la niña, el tenía unos treinta años cuando la incitó a fugarse con él, ahora Mina tiene 32 años y se encuentra en el velorio de Don Abel que murió a los 47 años en una riña de cantina, su mujer Doña Manuela heredó todos sus vienes.

Mina por supuesto que como amante clandestina no heredó nada después de la muerte del cacique pero ella lo recibió en vida, casi 10 hectáreas de terreno cultivable además de algunas cabezas de ganado y varias cuentas en el banco bastante jugosas. Lo que Don Abel jamás imaginó fue que la bella Mina después de su fuga con él siguió yendo a confesarse con el cura Gabino hasta el día de ahora. Claro que a esta edad el padre ya no puede confesar bien a sus niñas pero esa tarea se la dejó a su joven pupilo, el padre Javier, que tiene 37 años y sigue manejando los negocios de la iglesia.

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